miércoles, 10 de julio de 2019

EVOLUCION DEL ALMA DESENCARNADA



La vida humana está organizada de tal manera que los acontecimientos ocurren en época apropiada, cuando no son contrariadas las leyes naturales en el transcurrir de la existencia.

La violación de esas leyes es la causa frecuente de perturbaciones y desequilibrios que, alterando el ritmo natural de vida, acarrean sufrimientos para las personas.

La evolución del espíritu en cuerpo humano requiere tiempo, trabajo, superación de los obstáculos y desprendimiento. Normalmente, la desencarnación deberá ocurrir en la vejez. Pero, para que eso acontezca, es preciso que el ser cuide de la salud física y mental.

El cuerpo humano es como la flor o el fruto: nace, crece, vigoriza y fenece. Cuando no permite más las condiciones para la evolución del espíritu se impone, pues, una solución natural que es la descarnación.

La desencarnación es un fenómeno natural en la vida humana que significa lo opuesto a la encarnación. El espíritu, al romperse los lazos que lo ligan al cuerpo físico, se aleja con el cuerpo fluídico y, progresivamente se va desprendiendo de los involucros materiales correspondientes a los campos de manifestación con los cuales se envolvió en el proceso de la encarnación. Su retorno al mundo de preparación es hecho en más o me
nos tiempo y depende del estado de conciencia en que se desprendió del cuerpo físico.


En la medida que pasa de un campo de manifestación para otro más sutil, el espíritu retiene las facultades y cualidades que desarrolló en su vivir en el mundo físico. Así procede, de campo en campo, hasta alcanzar el mundo de preparación, donde percibe su grado de evolución, factor condicionante para una nueva jornada evolutiva o determinante de ascensión espiritual.

Muchos espíritus, después de la desencarnación, quedan, por acción del propio pensamiento, coligados para los acontecimientos de la vida terrena y permanecen, temporalmente, presos a los campos acordes con su estado síquico. Algunos, recogidos en sí mismos, agotan anhelos generados en contingencias de la vida física; otros quedan en estado de perturbación o enredados en las tramas de la vida de los seres encarnados, influenciándolos y constituyendo, en su conjunto, lo que se llama astral inferior.

Muchos factores en la Tierra, tales como polución ambiental, cambios bruscos de temperatura, insalubridad de ciertas regiones, sismos, brotes epidémicos, abundantes medios de contaminación, vicios de toda especie, inclusive de drogas, y, aún, la influencia perniciosa de los espíritus del astral inferior contribuyen para el fallecimiento prematuro de personas. Además de eso, se debe considerar la existencia de determinados fenómenos sociales generadores de conflictos, como la inseguridad urbana y las guerras.

La desencarnación prematura significa siempre una interrupción en la evolución, y un medio de repararlo es la reencarnación. Pero ella no es de fácil obtención, por ser numerosos los espíritus a reencarnar, ultrapasando las posibilidades existentes.

De ahí la necesidad de esperar

Para no perder tiempo, muchos deciden encarnar en medios desfavorables, dispuestos a enfrentar cualquier dificultad. La constatación de que otros espíritus, de la misma clase, ascendieron a clase superior, porque se esforzaron más y supieron aprovechar mejor el tiempo durante la existencia en la Tierra, no deja de causarles tristeza, no propiamente por esa ascensión, sino por el hecho de no poderlos acompañar y tener que distanciarse de ellos, perdiendo el contacto con viejos y queridos amigos, compañeros de largas jornadas y muchas y muchas encarnaciones.

Ese contacto, mientras tanto –  lo saben los espíritus en sus planos – podrá ser reestablecido. ¿De que manera? La respuesta es simple: si una persona anda más lento que otra que camina más deprisa, se distancian. Y, si la que va delante no está dispuesta a reducir los pasos, la que lleva desventaja tendrá que aumentar los suyos, si quisiere alcanzarla. Pues eso es precisamente lo que hacen muchos espíritus cuando toman decisión de encarnar, resueltos a enfrentar las dificultades de la vida terrena, que saben son pasajeras, para enriquecerse de conocimientos y valores morales que los habiliten a ascender a la clase evolutiva inmediata. Con ánimo fuerte y redoblado esfuerzo, consiguen recuperar el tiempo perdido y reaproximarse a los antiguos compañeros. 

El espíritu de una determinada clase puede observar lo que pasa con otros espíritus de su misma clase y de las anteriores, no así con relación a las clases superiores.

Una vez separado del espíritu, el cuerpo físico se desintegra, y sus componentes pasan a constituir otras formas de vida.

Es natural el sentimiento de los que quedan, delante de la ausencia de los que parten. Sentimiento, si, desesperación, no. La tristeza es comprensible, la mortificación, jamás.


Si la humanidad pudiese comprender que los hechos ocurren dentro de condiciones naturales, de acuerdo con el estado del alma o sujetos al desarrollo espiritual de cada ser, no se mortificaría ni se dejaría abatir por la desesperación y por las amarguras a que constantemente se entrega.

El esclarecimiento de cómo se procesa la evolución es un gran bien, por ser el medio capaz de llevar a la persona a encarar con naturalidad la desencarnación, por el reconocimiento de tratarse de un acontecimiento tan normal en el desarrollo de la vida como la encarnación.


El espíritu desencarnado no pierde contacto con los que aquí quedaron. A través del pensamiento, no sólo los irradia, como, también, recibe de ellos vibraciones mentales. Basta que haya sintonía. No obstante, cuando el que desencarna permanece preso a las influencias terrenas, esas irradiaciones pueden, con frecuencia, ser perjudiciales al encarnado y revestirse de un carácter obsesionante.

Parientes y amigos precisan, pues, auxiliar al ente querido con pensamientos elevados por ocasión del fallecimiento, para que el espíritu ascienda a su mundo de preparación, donde la vida es sentida realmente, con plena conciencia de su eternidad, sin las influencias perturbadoras del plano terrestre.


El espíritu constata con alegría al dejar la atmósfera fluídica de la Tierra, lo que hizo de bueno, y, con tristeza, las acciones reprobables. Son entonces desnecesarios e inútiles los pedidos a supuestos juzgadores divinos, para que se compadezcan de las faltas por él cometidas.

Es oportuno también esclarecer que locales donde se hacen evocaciones a seres desencarnados –como los cementerios, entre otros – constituyen puntos de atracción del astral inferior, en razón de las corrientes fluídicas afines formadas por los pensamientos de desaliento de los allí presentes.

Por eso, cuando alguien tuviere, por ejemplo, la obligación moral de acompañar a un sepelio  debe desviar el pensamiento de la comunión debilitada y erguirlo sereno, claro, límpido, conciente al Astral Superior, para que el espíritu pueda ser encaminado a su plano de evolución, libre de sus ligazones con la materia y de las influencias originarias de las emociones inferiores existentes en el planeta.

Ningún espíritu encarna teniendo como punto de partida el astral inferior. Él obligatoriamente pasa para el mundo correspondiente a su clase, y, solamente de su mundo, podrá venir a re-encarnar.

No es sin decepción y sufrimiento que muchos espíritus ven caer el castillo de fantasías que construyeron en la mente con el material ofrecido por el misticismo que aún predomina. Tan grande es el apego a esas ilusiones que ni mismo en estado de semi conciencia espiritual son capaces de raciocinar, para tener el esclarecimiento que tantos beneficios les proporcionaría.

En tal estado – y porque el cuerpo fluídico les da la impresión del cuerpo físico – los espíritus quedan vagando por la atmósfera fluídica de la Tierra y se disgustan con la falta de atención de las personas que no perciben su presencia. Así, se perturban, pierden la noción de su estado y quedan en una situación de completa perplejidad. Con el correr del tiempo, se van familiarizando con el ambiente y estableciendo conocimiento con otros espíritus, en idéntica situación.

Al penetrar en el astral inferior, los espíritus observan el cuadro de la vida material terrena como siempre lo conocieran. Expresándose como los demás desencarnados, por la acción del pensamiento, como si estuviesen hablando, pueden oír el mismo timbre del sonido que les da la idea de ser de la propia voz. Ese fenómeno es perfectamente comprensible: los pensamientos se propagan a través de ondas y formas y las condiciones de comunicación se realizan de acuerdo con las afinidades vibratorias.

Los espíritus en el astral inferior quedan completamente ilusionados sobre la realidad de la vida y en dependencia de ser despertados para ella. Y ese despertar no es fácil, si tomamos en cuenta la influencia del ambiente perturbador que los envuelve. Sin la lucidez indispensable al esclarecimiento del embotado sentido del deber, permanecen en una situación inferior a la que mantenían cuando encarnados, pues reducen, considerablemente, la posibilidad de mejorar su estado espiritual.

Tal situación contribuye para que el espíritu se acomode en el astral inferior por desconocer los males que le advienen de esa permanencia en un medio de baja espiritualidad, con la circunstancia agravante de almacenar, para rescate futuro, carga más o menos pesadas, conforme la actividad a que se entregó en ese ambiente.

Cuando el ser humano no posee esclarecimiento con respecto de la vida espiritual, son las cosas íntimamente relacionadas con la materia que más lo influencian en los momentos que anteceden y suceden a la desencarnación, de la cual comúnmente no se percibe. Esa influencia es aún mayor cuando el espíritu vivió dominado por los vicios, con el pensamiento dirigido para las ilusiones del mundo físico.

Algunos espíritus pasan, entonces, a actuar sobre las personas, y esa actuación, cuando persistente, acaba por tornarse obsesiva. Es ese el deseo que los lleva a permanecer en el astral inferior, en una ocupación semejante a la que tuvieron como encarnados. Procuran ejercer esa actividad donde encuentran seres con mediumnidad desarrollada y sin el conocimiento de los recursos de defensa espiritual proporcionados por la disciplina racionalista cristiana.

Los espíritus en estado de perturbación en la atmósfera fluídica de la Tierra no pueden evitar las influencias deletéreas perjudiciales, cualquiera sea el grado de evolución que hayan alcanzado.

En el astral inferior, los espíritus dan expansión a los vicios que alimentaron en cuerpo humano. Así, si tienen voluntad de fumar, se aproximan de las personas que están fumando y experimentan, por inducción, el mismo placer que ellas sienten. De igual modo proceden con relación a los demás deseos, de ahí concluyéndose que los seres poseedores de vicios pueden servir, como instrumentos inconscientes, a la satisfacción de prácticas viciosas alimentadas por los espíritus del astral inferior.


Todavía hay un punto a esclarecer: ni siempre los deseos viciosos parten de las propias personas. Muchas veces son los obsesores viciados que acompañándolas, despiertan en ellas el deseo y los intuyen para saciarlos.


La gravedad de la asistencia de espíritus del astral inferior no está solamente en que el ser humano quede supeditado a las malas influencias intuitivas que resultan en desatinos, en resentimientos infundados, en conflictos domésticos, en prevaricaciones e infidelidades, existe también el riesgo de accidentes y desastres motivados por el estado de perturbación al que someten a sus asistidos. A esos males, se acrecienta el debilitamiento del sistema de autodefensa del organismo, pudiendo llevar a las personas a contraer enfermedades o agravarlas.


La perversidad con que pueden accionar los espíritus del astral inferior es casi ilimitada. Muchos y muchos infortunios son debidos a la acción dañina de esos espíritus.

Como los espíritus del astral inferior no ignoran que todos los seres poseen mediumnidad intuitiva, se aprovechan de ella para infundir en sus mentes ideas absurdas y disparatadas. De ahí la razón de ciertas personas tener manía de persecución, de ver las cosas siempre por el lado negativo, y otras de suponerse que son víctimas de enfermedades diversas.

Cumple destacar – y es de mucha importancia – que ni todos los males de que es víctima la humanidad son producidos por la acción de espíritus del astral inferior. Cada ser humano posee tendencias, temperamento, modo particular de sentir y ver las cosas, libre albedrío para tomar decisiones e individualidad propia. A él cabe, por consiguiente, la responsabilidad directa por los sucesos o fracasos que tuviere en la vida.

Si es verdad que los espíritus del astral inferior son atraídos por pensamientos afines e intervienen en la vida de las personas causando diversos males o agravando los ya existentes, no es menos verdad que ellas pueden defenderse perfectamente de ellos con las poderosas armas del pensamiento y de la voluntad.

En la Tierra, hay seres que gobiernan y otros que son gobernados. Antes de alcanzar sus mundos de preparación, muchos de esos espíritus, cuando desencarnan, permanecen en la atmósfera fluídica de la Tierra conservando las mismas inclinaciones de mando y de obediencia. Se forman, así, las falanges de espíritus obsesores, siempre dirigidas por un jefe. Si él es perverso, también lo son sus seguidores, pues lo que los une es, precisamente, la afinidad de sentimientos. Las falanges formadas coordinan sus actividades perjudiciales con las de los individuos que se entregan en el vivir terreno a las mismas prácticas.

La falanges que se disponen a colaborar en los más excedidos actos de incivilidad asisten a los individuos más violentos y perversos, del mismo modo que otras falanges, de instintos menos agresivos, asisten a los de sentimientos idénticos, inclusive los que mercadean con la credulidad ajena.

La gran mayoría de los suicidios, de los casos de locura, desavenencias, discusiones, agresiones, intrigas, tumultos, desórdenes, conflictos y de las convulsiones motivadas por pasiones es incitada por el astral inferior. Los espíritus que permanecen en ese ambiente están, en su mayoría, envueltos en fluidos densos, impregnados de corrientes vibratorias negativas con la corrupción, la mentira, envidia, ingratitud, hipocresía, traición, falsedad, odio, celos y otros sentimientos equivalentes. Intentando envolver a las personas incautas, accionan frecuentemente con astucia y suavidad, falseando los más puros y nobles sentimientos y las más dulces y melodiosas expresiones de amor al prójimo.

En el astral inferior no impera solamente la maldad. En el mismo ambiente de almas desvirtuadas se encuentran otras que tuvieron intención de ser buenas en vida física. No obstante, es bueno insistir que esos espíritus poco pueden hacer de útil a la humanidad. La razón se comprende fácilmente: sus mejores intenciones son neutralizadas por la acción fluídica del ambiente. Solamente en el mundo relativo a la clase a que pertenecen, para donde tendrán que seguir antes de volver a encarnar, es que los espíritus libres de toda perturbación alcanzan plena lucidez.

No todos los espíritus que desencarnan quedan en el astral inferior (atmósfera fluídica de la Tierra), muchos ascienden inmediatamente a los mundos de su clase. Éstos son los que supieron vivir espiritual y materialmente, los que vieron en el trabajo honrado una de las serias razones de la vida.

Los seres que así viven, atraen frecuentemente, a las Fuerzas Superiores, que los asisten, principalmente en el momento del fallecimiento, auxiliando a sus espíritus a trasladarse para los mundos a que pertenecen.

Dondequiera que se encuentre una persona a irradiar pensamientos elevados, ahí está un polo de atracción, un instrumento de apoyo a la acción de las Fuerzas Superiores para su obra de saneamiento del planeta; con varios puntos de apoyo en la Tierra, pues, sin tal apoyo, el trabajo sería muy difícil o mismo imposible. Son ejemplo las casas racionalistas cristianas, donde se forman corrientes fluídicas por las vibraciones del pensamiento de personas esclarecidas con respecto a sus deberes espirituales. Para ello, conservan la mente limpia y se mantienen en condiciones de reaccionar contra cualquier influencia maléfica. Con el auxilio de esas corrientes, los espíritus del Astral Superior penetran en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus del astral inferior de toda índole.

Ya sabemos que el espíritu realiza su progreso encarnando en este planeta, hasta alcanzar los mundos más diáfanos. De ahí en delante la evolución se procesa en plano espiritual más elevado: el Astral Superior. Allí no se conocen cansancio, indolencia o displicencia, ni se deja para después lo que debe ser hecho en el momento exacto. La fatiga resulta de trabajos materiales, que no alcanzan al espíritu. Entre muchos otros deberes, tienen los espíritus del Astral Superior el de contribuir para el progreso de los seres humanos, respetando el libre albedrío de cada uno.

El establecimiento de polos de atracción suficientemente fuertes facilita la acción de los espíritus del Astral Superior en el planeta Tierra. Para eso, además de los seres humanos esclarecidos que les sirven de apoyo, cuentan con la colaboración de espíritus de mundos opacos que están a su servicio. Esos espíritus deberían hacer su evolución encarnando, como generalmente acontece. Pero fueron tantas las encarnaciones mal aprovechadas y muchos los sufrimientos por el que pasaron por lo que optaron trabajar en plano astral, sabiendo que es más lento el progreso espiritual. Siendo así pesa a su favor el hecho de no tener pérdida de tiempo, como sucede en la Tierra, donde miles y miles de personas se dejan dominar por las ilusiones de la vida material.

Los espíritus de los mundos opacos poseen cuerpos compuestos de materia fluídica de relativa densidad y con ellos pueden fácilmente trasladarse en la atmósfera fluídica de la Tierra, disciplinados rigurosamente por el Astral Superior. Esa actividad es muy valiosa, ya que pueden penetrar en cualquier ambiente, por peores que sean, colaborando así para que las Fuerzas Superiores durante las reuniones públicas y de desdoblamiento en las Casas racionalistas cristianas, puedan promover grandes limpiezas psíquicas en la atmósfera fluídica de la Tierra, arrebatando espíritus, algunos perversos obsesores.

Aspectos engañosos de la vida material pueden aturdir al espíritu, sólo cuando está encarnado o en el astral inferior. En su mundo de preparación la vida real se presenta límpida, libre de todas las influencias e ilusiones terrenas. En él los deberes tienen una sola interpretación, no habiendo, por eso, sofismas, modos de ver, alternativas, situaciones dobles, vacilaciones, dudas o incertidumbre. Deber asumido es deber cumplido.

En los mundos de preparación, los espíritus se preparan para cumplir una nueva etapa en su proceso de crecimiento. Los que pertenecen a determinado plano, están en el mismo nivel de desarrollo.

En la Tierra, que es un mundo escuela, se mezclan e interaccionan espíritus de diferentes clases dando la posibilidad de auxiliar, confraternizar e intercambiar conocimientos, proporcionando así una vasta gama de experiencias a los que conviven en él. Esa desigualdad de valores representa un gran papel en el proceso evolutivo de la humanidad. Recordamos al lector que es tan importante, tan valiosa y necesaria, que hasta los miembros de una misma familia son, generalmente, de grados diferentes de espiritualidad.

Ningún detalle, ningún movimiento, ningún hecho referente a las encarnaciones anteriores deja de ser objeto de análisis por parte del espíritu. Por la acción vibratoria del pensamiento, él tiene grabado en la materia fluídica, con la más absoluta fidelidad, todos los actos de cada encarnación, desde su origen, y continúa grabándolos eternamente como si fuese filmes cinematográficos, cuyas escenas pueden ser vistas en cualquier época y en cualquier momento. Cuando retorna al mundo a que pertenece, el espíritu revé toda la encarnación pasada. La examina, detenida y minuciosamente, verifica, observa lo que realizó en las encarnaciones anteriores, analiza y estudia la posición en que se encuentra, con el fin de establecer un nuevo plan para su evolución.

 En América, entre los Aztecas, existía la creencia de que el alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra. Pero sostenían que, las almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había “algo más“, y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del sol, es decir, que iban a vivir en la Luz, como colibríes bajo la forma de Huitzilopochtli, principal deidad de los mexicas. Huitzilopochtli también fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y fue asociado al sol. Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada por una bola de algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos, al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer, para ocultar la supuesta deshonra. Pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos , le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a su hermana Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol. Lo mismo nos indican los chinos, los griegos y los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el Concilio de Trento, van a tener la creencia de que los hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesús era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos pues que este argumento está presente en toda la Historia. Pero es tal vez en la India donde podemos observar los conocimientos más precisos sobre la reencarnación. Los hindúes han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan y todas las cosas vuelven a vivir. Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía y dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar que el hombre podía reencarnarse para volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas y hablaban de grandes períodos de tiempo que llamaban Manvantaras, y de otros ciclos de reposo, o Pralayas. Consideraban que esa actividad, que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad, existía también en todas las cosas, del mismo modo que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos otras horas.


Manvantara, en sánscrito, es un período de manifestación del universo, opuesto al pralaya, que implica reposo o disolución. Es un término aplicado a varios ciclos, especialmente a un Día de Brahmâ, que comprende nada menos que 4.320.000.000 años solares. y al reinado de un Manú, equivalente a 306.720.000 años solares. Manvantara significa literalmente “Período entre dos Manús” (Manu-antara), o la expiración del Principio creador; el período de actividad cósmica entre dos pralayas, o estados de reposo. Cada manvantara se divide en siete períodos o Rondas, y así cada planeta tiene siete períodos de actividad durante un manvantara. El Manvantara, o período entre dos Manús, es una Ronda o ciclo de existencia correspondiente a un Manú, y durante el cual existe una humanidad de cierto tipo. Catorce Manvantaras forman un Kalpa o Día de Brahmâ. No obstante, los Manvantaras, así como los Kalpas, según se expresa en el lenguaje de los Purânas, han de entenderse en sus diversas referencias, puesto que dichas edades se refieren tanto los grandes períodos como a los pequeños, a los Mahâkalpas y a los ciclos menores.. Estas diversas maneras de apreciación se notan sobre todo cuando se comparan los datos de la ciencia ortodoxa con los de la ciencia esotérica.  Así es que la duración del Manvantara, considerado como una decimocuarta parte de un Kalpa o Día de Brahmâ, sería de 308.448.000 años (o de 306.720.000, según otras versiones); En la actualidad nos hallamos en el séptimo Manvatara, llamado Vaivasvata, nombre del séptimo Manú.

 El ser que acaba de morir sigue las leyes inmutables fijadas por la naturaleza y prosigue su evolución. Esto es algo que, tarde o temprano, todos llegaremos a constatar. Entonces, ¿por qué preocuparnos por ello? Es evidente que las relaciones físicas entre el muerto y los vivos se interrumpen. Para unos, la muerte es la interrupción de su interrelación con la naturaleza física. La inteligencia, el sentimiento, los afectos, todo desaparece repentinamente y el cuerpo se convierte, de nuevo, en polvo. Para otros, la muerte es la liberación. El alma se desprende del cadáver y se eleva hacia el cielo, rodeada de ángeles y de espíritus gloriosos. Entre estas dos opiniones extremas hay toda una gama de creencias intermedias. Los Panteístas, que siguen una concepción del mundo y una doctrina filosófica según la cual el Universo, la Naturaleza y Dios son equivalentes, basan la personalidad del muerto en las grandes corrientes de la Vida Universal. Los Místicos predican que el espíritu liberado de las trabas de la materia sigue viviendo, intentando salvar con su sacrificio a aquellos que sufren todavía en la tierra. Los Iniciados de las diversas escuelas siguen la evolución del ser a través de los diferentes planos de la Naturaleza, hasta el momento en que este ser, por su propia voluntad, volverá a adquirir un nuevo cuerpo físico en el planeta donde aún le queda una “cuenta pendiente“. Los Muertos de la Tierra son los Vivos de otro plan de evolución. La Naturaleza es avara y no deja que ninguno de sus esfuerzos se desperdicie en la nada. Y el sueño es un buen símil de la muerte porque, durante el sueño, el hombre se encuentra realmente retirado del escenario consciente. Mientras dormimos, continúan los acontecimientos en el escenario consciente, pero nosotros no tenemos influencia sobre ellos. Sin embargo, al despertar volvemos a encontrar los efectos de nuestras acciones y debemos partir de ellos. Nuestra personalidad se incorpora todas las mañanas nuevamente a nuestro mundo de actividad, como un tipo de renacer. Lo mismo sucede con las acciones de nuestras encarnaciones anteriores. Los resultados de dichas anteriores reencarnaciones están integrados al mundo en que habíamos estado encarnados, pero nos pertenecen a nosotros, como espíritu que se reencarna. Así como algunos animales no pueden vivir si no es en el medio al que se adaptaron, así el espíritu humano no puede vivir si no es en el medio creado por sus propias acciones y que le corresponde como tal. Durmiendo, el cuerpo humano obedece a las leyes físicas. El cuerpo humano reasume el curso de su actividad racional allí donde la interrumpió al dormirse. De manera que, visto bajo este aspecto, el hombre pertenece a dos mundos. En uno de ellos vive con el cuerpo, y esta vida corpórea puede abarcarse con las leyes físicas; en el otro vive espiritualmente y de esta vida nada puede conocerse mediante las leyes físicas.

Cada vez que el hombre vuelve a encarnarse, se encuentra en un organismo físico sometido a las leyes de la Naturaleza física. Y en cada encarnación se manifiesta el mismo espíritu del hombre, que es, como tal, un ser eterno en las diversas encarnaciones. Cuerpo y espíritu se hallan uno frente al otro. Entre ellos debe existir un eslabón, como lo es la memoria entre mis hechos de ayer y los de hoy. Este eslabón es el alma, que se diferencia del espíritu. El alma conserva los efectos de mis acciones de vidas anteriores y hace que el espíritu aparezca en una nueva encarnación, pero dotado de todo aquello que en vidas anteriores ha podido adquirir. Así se relacionan entre sí cuerpo, alma y espíritu. El espíritu es eterno, mientras que el nacimiento y la muerte imperan en la corporalidad según las leyes del mundo físico. En cambio, el alma vuelve a unir, siempre de nuevo, el espíritu con el cuerpo, tejiendo el destino con el hilo de nuestras acciones. Al hablar de la memoria se trata tan sólo de una comparación, de una imagen simbólica. No se ha de creer que por alma se entiende algo simplemente idéntico a la memoria consciente. En la vida cotidiana tampoco interviene la memoria consciente si nos servimos de las vivencias del pasado. Conservamos los resultados de estas vivencias, aunque no las recordemos siempre conscientemente. El hábito, que aplicamos de manera automática, es una especie de memoria inconsciente. Con esta comparación con la memoria se trata de proyectar una luz sobre el alma, que se interpone entre el cuerpo y el espíritu, y obra como intermediario entre lo eterno y el elemento material en la vida, entre el nacimiento y la muerte. El espíritu que se vuelve a encarnar encuentra pues su destino como resultado de sus acciones. Y por medio del alma, unida al espíritual, se establece su enlace con este destino.

¿Cómo es posible que el espíritu encuentre los resultados de sus acciones si, al reencarnarse, seguramente estará colocado en un mundo totalmente distinto al de su vida anterior? Los muertos no desaparecen para siempre. Son viajeros de otro plano, pero se hallan recorriendo un entorno al cual todos iremos, si no caemos en el desespero y en el suicidio. “El cielo se halla donde hemos puesto nuestro corazón“, dice Emanuel Swedenborg (1688 – 1772), científico, teólogo y filósofo sueco. Está claro que, del mismo modo que en la Tierra no hay uniformidad de ocupaciones y de rango social, no hay reglas fijas para la evolución en lo que llamamos el plano Invisible. Tras un período, más o menos largo, de aparente sueño sin sufrimientos, debido a que ya no existe ni…ninguna materia física, el espíritu se despierta y empieza una nueva existencia. En un principio se relaciona con los que ha dejado en la tierra e intenta comunicarse con ellos a través del sueño o de un intermediario, si lo halla. La vida física anterior es la que determina el mundo que nos rodea y que, en cierto modo, atrae hacia nosotros las cosas que tienen afinidad con aquella vida. Lo mismo sucede con el alma-espíritu. Ella se rodea necesariamente de aquello que le es afín según su vida anterior. Esto no contradice la comparación entre sueño y muerte. Que encontremos, al despertarnos por la mañana, la situación creada por nosotros el día anterior, se debe directamente al curso de los hechos. Que encontremos, al reencarnarnos, un mundo circundante que corresponde al resultado de nuestras acciones en la vida anterior, se debe a la afinidad de nuestra alma-espíritu con las cosas que la rodean en la nueva vida. Lo que nos introduce directamente en este mundo son las cualidades de nuestra alma-espíritu al encarnarse. Pero sólo poseemos estas cualidades porque las acciones de nuestras vidas anteriores las han impreso en nuestra alma-espíritu. De manera que aquellas acciones son las verdaderas causas de las condiciones que encuentro al nacer. Y lo que hagamos hoy, será una de las causas de las condiciones que nos serán deparadas en una vida posterior. De hecho, el hombre crea así su destino. Esto parecerá incomprensible si consideramos cada vida como si fuese única y no un eslabón en la cadena de vidas sucesivas. Realmente puede decirse que al ser humano no le ocurrirá nada que no esté determinado por las condiciones creadas por él mismo. La comprensión de la ley del destino, el karma, también nos enseña “por qué frecuentemente el bueno tiene que sufrir, mientras que el malo puede ser feliz”. Esta aparente disonancia dentro de los límites de una sola vida desaparece, si la mirada se amplía a muchas vidas. Naturalmente la ley del karma no puede concebirse como una justicia temporal. Esto equivaldría a imaginar a Dios como un anciano de barba blanca.



Gracias por compartir Griselda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario