Anatomía de una
leyenda parte II
Puesto que yo
mismo comencé a trabajar hacia atrás,partiendo de la segunda leyenda, en mi
esfuerzo por penetrar en el mundo de la magia de Tanya, quizá sea ése el mejor
punto para que comencemos. En este capítulo haremos un bosquejo de la historia
de la "Antigua Religión", tal como la contaban los folkloristas del
siglo xix, y la han transformado en realidad los brujos modernos. En los
siguientes capítulos examinaremos, primero, la leyenda creada por la iglesia
medieval y, luego, la geografía del mundo de la magia que se esconde tras las
leyendas del pasado y del presente.
Es de notar que
las mejores obras de Shakespeare comparten los ingredientes que convirtieron a
La Semilla del Diablo en un éxito de taquilla : sexo, violencia... y lo oculto.
Los auditorios isabelinos, al igual que los contemporáneos, gozaban con la
presentación de fantasmas (Hamlet), brujas (Macbeth) y seres sobrenaturales (El
sueño de una noche de verano). Después de todo, era todavía una época en la que
hombres y mujeres podían ser juzgados por el daño resultante de la práctica de
la magia negra. El propio rey que reinó en Inglaterra en los años que siguieron
a
Shakespeare,
Jacobo I, escribió un tratado teológico sobre la maldad de la brujería. Algunos
racionalistas, como Reginald Scot y Thomas Hobbes, podían discutir la doctrina
al uso de que los brujos fueran en realidad individuos aliados con el Diablo,
pero en el sentimiento popular seguían vigentes los prejuicios del pasado.
Con el tiempo,
los puntos de vista de hombres como Scot y Hobbes se convirtieron en norma para
una población urbana y educada. Sin embargo, en las zonas rurales, las viejas creencias
-y los viejos temores- desaparecieron más lentamente. Tanya recuerda, por
ejemplo, que los habitantes de la bella región de Devonshire, donde asistió a
la escuela, aceptaban la presencia de espíritus elementales, las hadas, en
todas las cosas crecientes que los rodeaban.
Tales prácticas y
creencias rurales no solamente son características de Inglaterra, sino de todo
Occidente. Los primitivos folkloristas, como Jacobo Grimm, sugerían una
asociación entre estos esquemas y el paganismo que la iglesia había intentado
exterminar en la Edad Media. La brujería, en particular, era considerada una
reliquia de las más antiguas religiones europeas, especialmente del culto a
Diana, diosa de la luna.
A finales del
siglo xix, el periodista americano Charles Godfrey Leland, que escribió varios
volúmenes sobre el folklore de Italia del norte, creyó haber encontrado pruebas
concluyentes de que la vecchia religione (la "Antigua Religión") haba
sobrevivido, incluso más allá de la última de sus apariciones de que se tenía
noticias, tres siglos antes. Con la ayuda de una joven strega, llamada
Maddalena, reunió una pequeña y notable colección de material, que tituló
Aradia, o el Evangelio de los Brujos. Incluía un autotitulado Vangelo o
evangelio, que narraba el nacimiento de Aradia, la diosa de la brujería,
instrucciones para una comida ritual en honor de Diana y Aradia, una colección
de conjuros y diversas leyendas que daban fe de la existencia de una
contrarreligión.
Las referencias a
la opresión que aparecen en Aradia sugieren el mismo tipo de período turbulento
que había producido los Franciscanos y la secta herética de los Valdenses (los
Hombres Pobres de Lyon), un grupo del siglo XII que propugnaba un profundo
ascetismo y una gran piedad personal, en contraste con la riqueza y el estilo
básicamente formal de la iglesia institucional. La influencia valdense siguió
siendo fuerte en el norte de Italia, a través de las edades medieval y moderna,
y es muy posible que contribuyera al talante general del manuscrito de Leland.
Pero, aparte de esto, yo dudo que la leyenda de Aradia tuviera raíces tan
antiguas como Leland suponía. Todo el siglo xix fue una época de románticas
reconstrucciones de la era de Grecia y Roma, y la simplicidad estructural del
mito, tan distinta a las confusas versiones de la mayoría de los cuentos
populares que nos han llegado a través de los siglos, sugiere la intervención
de la mano de alguien que conocía los clásicos, que tenía facilidad para la
expresión poética, así como un odio ferviente por la. iglesia y por la
aristocracia de los hacendados.
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