Se entiende por místico todo lo que sea
relativo a la mística, a la conexión espiritual que los individuos pueden
desarrollar con lo extra terrenal. El término místico es un adjetivo de tipo
calificativo que se usa, entonces, para designar a las personas o situaciones
que tengan que ver con la mística o el misticismo.
Cuando hablamos de una persona como
alguien místico, estamos haciendo referencia a una persona que posee un lado
espiritual muy desarrollado, quizás más que el promedio de las personas, y que
demuestra esa espiritualidad o esa conexión con lo que está más allá de la vida
terrenal no sólo a partir de acciones tales como el rezo, la devoción o la
pasión por su objeto de adoración, si no también muchas veces en la forma de
vestir, en la forma de comunicarse, en las actitudes más bien pacíficas,
relajadas o tranquilas que posee y que tienen que ver, sin duda, con esa íntima
relación con lo que no podemos comprender racionalmente.
Muchas veces, la sociedad actual en la
que vivimos se olvida de tener en cuenta un lado místico, interesándose más por
las cosas o las preocupaciones terrenales o materiales. Es por esto que cuando
una persona posee un elevado nivel de misticismo, o se considera a sí misma
como una persona mística, suele desentonar con el resto de las personas, tanto
para bien como para mal. Así, una persona mística puede volverse fácilmente en
el objeto de diferentes tipos de burlas porque las personas dejan de ver esa
devoción o pasión que siente para entenderla como una persona fuera de lo
normal. Otras veces, una persona con un alto grado de misticismo puede ser
vista por muchos como un ejemplo interesante de vida que propone otra manera de
aproximarse a la realidad y que brinda muchas ideas significativas para ello.
MÍSTICA Y ESPIRITUALIDAD
La palabra “mística”, aunque haya
aparecido por primera vez en el texto de Dionisio Areopagita fechada al final
del siglo V, inicio del siglo VI de la era cristiana, es algo cuyo contenido
siempre estuvo presente en la historia del Cristianismo. Después pasó a ser
usada más como sustantivo, alrededor del siglo XVII en Francia. En verdad, la
mística propiamente dicha encontró muchas dificultades para establecer su
ciudadanía en los medios teológicos, especialmente protestantes. Existe una
gran sospecha en estos medios sobre la experiencia que provoca estados
alterados de conciencia desvinculada de una ética y de una praxis.
Sin embargo, hay una intuición presente, desde
los inicios del Cristianismo que la abertura del espíritu humano al Absoluto
tiende en su propio dinamismo hacia un horizonte intangible para la plenitud
del ser y del bien, que moviliza la inteligencia y la libertad humana y está
presente en cada acto cognitivo o volitivo como condición de su propia
posibilidad. Este horizonte infinito, para el cual está orientado
estructuralmente el ser humano, es el propio Dios, experimentado como cercano e
inmediato, y fundamentando la esperanza de llegar a l.
A partir de una adecuada concepción
cristiana de la creación, siempre y totalmente orientada hacia la salvación, lo
Último hacia lo que el hombre está direccionado es el Dios que gratuitamente
toma la iniciativa de la salvación y que libremente se autocomunica. En cada
acto de conocimiento o de querer, el dinamismo del espíritu ultrapasa el objeto
conocido o querido, orientándose hacia este horizonte infinito. La experiencia
de Dios es propiamente una experiencia de estar orientado (feciste nos ad te)
para Dios y sucede siempre una experiencia del conocimiento o del querer
concreto. En esta experiencia está la base segura para el discurso sobre Dios.
En caso contrario, siempre se corre el peligro de imaginarlo de forma errada.
De cualquier manera, en ella debe
estar presente una intencionalidad propia, dirigida al Sentido Radical, o a la
Realidad Última de la historia que confiere al que realiza esta experiencia un
sentido definitivo para el sujeto y para toda la realidad que lo envuelve. Ésta
es la intencionalidad de la fe, dirigida a Dios, revelado y actuante en
Jesucristo.
Esta experiencia tiene su origen en el
propio Dios. No es un mero producto de la interpretación humana ni creación del
propio hombre. No hay experiencia verdadera cuando se fija en lo particular,
sino solamente en relación con la totalidad de la existencia que no puede ser
controlada por el hombre. La experiencia espiritual auténtica no consiste en un
simple acúmulo de sensaciones. Siempre que el ser humano pone en conflicto su
experiencia particular con la totalidad se abre a la dimensión espiritual. De
este modo, toda experiencia verdaderamente humana está abierta a lo
trascendente y, por lo tanto, a lo espiritual.
No es el ser humano quién dirige su
experiencia con Dios. Antes, es la confianza y la recepción del misterio lo que
vuelve posible la experiencia. Él es invitado a participar de la misma
experiencia ejemplar o arquetípica de Jesús, viviendo con Él, por Él y en él el
misterio de la entrega total en las manos del Padre. La experiencia humana es
realmente plena cuando se trasciende en Dios, que es infinitamente mayor a todo
lo que los hombres están dispuestos a experimentar.
Este eje de la Enciclopedia pretende
ocuparse de esta cuestión de la mística y de la espiritualidad. Los artículos
que siguen buscarán delimitar las fronteras y diferencias entre la experiencia
religiosa y la experiencia de Dios; los fundamentos y las posibilidades de una
teología de la espiritualidad; los modelos de la mística en la tradición
Occidental; la historia de las espiritualidades en el Occidente cristiano, así
como las grandes figuras que se destacan en esta historia; finalmente serán
expuestos los contornos que la experiencia espiritual y mística cristiana
presente en las comunidades populares de América Latina, con su identidad y
perfiles propios y, para concluir, serán levantadas algunas cuestiones
emergentes en el área de la mística, que hacen que hoy sea una de las áreas más
vivas y dinámicas de la teología.
En el pensamiento occidental, la
reflexión de tipo especulativo sobre la mística creció por medio de la
filosofía en la dirección de un pensamiento propiamente teológico. Éste fue
construido, a su vez, en base a los datos de la Escritura, a partir de la
doctrina de la gracia y de la vida espiritual elaborada por la tradición
cristiana. Y así proveyó una base sólida para que la teología pudiese ocuparse
de este campo con los instrumentos que le son propios. Sin embargo, no se puede
negar que aun los filósofos rigurosamente fieles a su epistemología tuvieron
que concordar que esta reflexión debe ser apoyada en concordancia con los
testimonios relativos a las experiencias religiosas reconocidas como
auténticas.
Por lo tanto, parece que la definición
de mística como cognitio Dei experimentalis, o sea, el conocimiento de Dios por
experiencia, todavía permanece válida hasta hoy. Si en un segundo momento la
mística puede ser abordada y reflexionada por la teología en términos más
intelectuales, activando el pensar (la forma de pensar, el pensamiento), no significa
ni elimina de ninguna manera y en ninguna medida este primer nivel
experimental, fundamental para que reconocidamente haya lo que se entiende por
mística, es decir, una experiencia del misterio de lo totalmente Otro, un
conocimiento de ese Otro por medio de la experimentación. Por lo tanto, una
experiencia de Dios que es misterio santo pero que, permaneciendo abscóndito,
permite ser experimentado y conocido.
Dios se revela como el Sentido Radical de la
vida humana. Si toda la experiencia religiosa es una experiencia de lo Sagrado,
ciertamente la experiencia mística debe ser
entendida como experiencia que tiene como objetivo más grande la unión
con Dios. En cuanto misterio y gracia, es una experiencia del Sentido que
requiere la persona entera en una conciencia que aprende, asimila e interpreta
la experiencia, no conformándose con la sensación afectiva y catártica que ella
provoca.
Siendo la teología cristiana
intellectus fidei – o sea, fe que busca su inteligencia– ella ha aceptado
constantemente, a lo largo de más de 2000 años de historia del cristianismo, un
desafío osado: el de buscar elaborar una reflexión rigurosa y enunciar
principios sobre algo que se sitúa fundamentalmente en el campo de la
experiencia, de lo indecible y de lo inefable como la mística.
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