Uno de los
aspectos más curiosos de todo el período de la cacería de brujas es que, del
mismo modo que el miedo al terror comunista puede emplearse para justificar un
grado extraordinario de represión política, el miedo a la magia fue una de las
cosas que indujo a ciudadanos, que de otro modo se hubiesen mostrado temerosos
de Dios, a entregarse a aquellas prácticas prohibidas en defensa propia. Doreen
Valiente habla, por ejemplo, de una caja cubierta de vidrio, que se cree fue
vendida por Hopkins, como protección con-tra las brujas y que contenía algunos
de los materiales empleados en. brujería.
¿Hipocresía? Creo
que la historia es mucho más complicada. Lo que las personas normales
aceptaban, completamente aparte de los sermones sobre el mal intrínseco de la hechicería
que debían oír en su iglesia parroquial, era que la práctica de la brujería
existía realmente... y que parecía dar resultado. Siguiendo el mismo proceso
mental de los buenos cristianos que pedían dinero prestado a Shylock, en El
Mercader de Venecia, de Shakespeare, podía ser condenable dedicarse a
determinado tipo de actividad, pero no lo era aprovecharse de esa actividad.
Los pogromos, por ejemplo, terminaron cuando los cristianos europeos
descubrieron que los judíos eran "útiles" y los únicos dispuestos a
encargarse de las prohibidas pero imprescindibles prácticas de los préstamos
monetarios.
En Inglaterra,
uno de los factores que mitigaron la caza de brujos fue que nadie, aparte de
los más fanáticos perseguidores, quería librarse de todos los brujos, por miedo
a quedarse indefensos ante algún nuevo ataque del Espíritu del Mal.
Jeffrey Burton Russell, un historiador que sitúa los orígenes de la locura de la brujería en las creencias y prácticas de los siglos anteriores, sugiere que solamente un 20 por ciento de los cargos por brujería contenían "refinamientos teológicos". El resto provenía de una tradición popular que los teólogos, incluyendo hombres como Institutoris, habían más bien aprendido que inventado.
A esa tradición
es a la que deberemos dedicar nuestra atención, si queremos penetrar en las
leyendas de la vieja y la nueva brujería, para averiguar cuál fue la verdad de
las brujas en el pasado y cómo puede ayudarnos esto a comprender las
posibilidades que tiene la magia en el presente.
* La verdad sobre
los brujos :
Hemos examinado
dos leyendas, una la reconstrucción de la "Antigua Religión", por
Margaret Murray y los grupos rituales de hoy; y la otra, la imagen medieval de
los ado-radores del diablo, pisoteada por los celosos perseguidores que
sobrepasaban los límites de las leyes civiles y eclesiásticas. Aunque Tanya no
acepta el grupo ritual con-temporáneo como un vehículo adecuado para su propia
magia, ni tampoco cuadra con la imagen de una consorte del diablo, sigue
calificándose a sí misma de bruja. En este aspecto, yo la he animado a ella y a
otros, principalmente porque carezco de otro término adecuado como sustituto y
porque implica un sentido de tradición que yo considero indispensable para una
magia efectiva. ¿Cuál es, pues, la verdadera historia de esos que hoy llamamos
brujos?
Las leyendas de
las que ya hemos hablado partían siempre de un ambiente europeo, y voy a
limitar las consideraciones siguientes a Occidente y en especial a fuentes
celtas. Más adelante deberemos tratar del significado de la magia en medios que
no sean occidentales, pero, por ahora, bastará con indicar que hay pocas cosas
en la tradición de Africa, Asia o las Américas que difieran sustancialmente de
las tradiciones de una Europa más antigua.
La propia Europa
puede ser concebida como una playa a la que han ido a morir sucesivas mareas,
depositando cada una de ellas nuevos materiales. No conocemos apenas nada sobre
las primeras, puesto que el grueso de nuestras pruebas arqueológicas y toda
nuestra historia escrita son producto de las olas que llegaron después. Pero
hacia el segundo milenio podemos ya situar esas mareas metafóricas con mayor
precisión. Algunos pueblos, como los aqueos y los etruscos, desarrollaron
civilizaciones que rivalizaron con las más antiguas culturas de Egipto y Siria,
con los que comerciaban, pero se fundieron a su vez al ir empujando nuevos
pueblos hacia el norte del mar Negro. Los griegos y romanos invadieron las
penínsulas del norte del Mediterráneo; iranios y arios, el Medio Oriente y el
subcontinente de la India, y los celtas, el territorio intacto de Europa
Occidental.
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