domingo, 11 de mayo de 2025

HISTORIA DE LA BRUJERIA Y WICCA PARTE XiX

 


Salem se ha convertido hoy en una atracción- turística para los que desean ver los restos que nos recuerdan ese capítulo un tanto oscuro de la historia americana. Algunos episodios de la serie de televisión Embrujada fueron filmados allí para mezclar viejas y nuevas leyendas, la concepción medieval de la bruja como una devota de Satán y la versión de Hollywood, como una especie de superser divertido. Pero lo cierto es que allí sucedió algo feo, y ni con muchas carcajadas se podría borrar el daño hecho en nombre de Dios y de la Corona.

 

Todos aquellos comadreos sobre las brujas como consortes del Diablo pasaron de moda con la aparición de una nueva mentalidad científica. Los propios juicios habían co-menzado a desvanecerse aun antes de que eso ocurriera, al ir cobrando conciencia, como ocurriera en Salem, de que la ley no era el vehículo más apropiado para tratar con lo que la gente llamaba lo sobrenatural. Además, tal como señala

 

Trevor-Roper, una tendencia general a un menor uso de la tortura como técnica de interrogatorio significaba que se producían menos confesiones y cuanto menos abundaban éstas, menor era la probabilidad de que se produjeran nuevos juicios.

 

Pero en las regiones en que las antiguas creencias mueren lentamente, como en el área rural de Devonshire, que tan bien recuerda Tanya, el miedo a la brujería podría engen-drar todavía violencia. Doreen Valiente cuenta la historia de un granjero de Devonshire que atacó a una mujer a la que acusaba de haber embrujado a su cerdo. Sus intenciones habían sido extraerle sangre para romper el hechizo y había amenazado con matarla. Eso sucedía en 1924, pero no me cabe la menor duda de que hoy aún se mantienen los mismos puntos de vista.

 

Tanya tuvo la fortuna de no hablar de su brujería cuando era una niña que asistía a la escuela en aquella región ; también ella podía haber sido atacada. Incluso ahora empleamos continuamente seudónimos, porque no estamos seguros de que alguien, en alguna parte, no la culpe de cualquier contrariedad privada que esté experimentando.

 

El filósofo americano George Santayana dijo en una ocasión que los hombres que ignoran la historia están condenados a repetir sus lecciones. Yo albergo la firme sospecha de que lo inverso es también cierto. Con frecuencia, necesitamos la experiencia del presente para comprender el significado del pasado.

 

Las cacerías de brujas de finales de la Edad Media pueden considerarse una versión especial de las grandes cazas de espías que se producen siempre que los pueblos empie-zan a temer la subversión provocada por un enemigo fuerte y astuto. Pero la psicología que las provocó no cambiaría, ni aunque una nueva metafísica sustituyera a la antigua. Tal como sugiriera Arthur Miller en su obra El Crisol, el miedo al sabotaje no ha variado mucho, tanto si el escenario es el Salem del siglo xvii o Washington durante la era McCarthy. Solamente varían los dioses y los diablos.

 

Una de las cosas menos agradables de la caza de espías es el modo como la conducta de los patriotas imita la supuesta imagen del enemigo.

 

Tenemos, por ejemplo, a la John Birch Society y los Minutemen, que son una copia de las características más odiosas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Lo mismo puede decirse de las dictaduras de Grecia, Brasil o Vietnam del Sur, cuando leemos sobre las tácticas, que incluyen arrestos indiscriminados y con frecuencia torturas mortales, empleadas para detener una real o imaginaria amenaza comunista.

 

En Inglaterra, en la que en general no se dieron los aspectos más macabros de la caza de brujos continental, uno de los personajes más desagradables que sacó a la palestra el miedo general a la brujería fue un oscuro abogado llamado Mattew Hopkins, quien, comenzando en 1644, aterrorizó sistemáticamente al condado de Essex con un preten-dido despacho del Parlamento, por el que se le nombraba Descubridor General de Brujos. Ofrecía sus servicios mediante el pago de una cuota y demostró ser muy diestro obteniendo confesiones, sin respetar las leyes que prohibían la tortura de sospechosos. Hopkins, que en una ocasión aseguró estar en posesión de la nómina del Diablo de todas las brujas de Inglaterra (podemos imaginárnoslo en pie ante el tribunal de un pueblo proclamando "Tengo una lista"), basaba su propia imagen del brujo en el volumen escrito por el rey Jacobo I, poco antes de su ascensión al trono de una Inglaterra y Escocia unidas.

 

 

Jacobo quería que su libro Demonología fuera una réplica para escépticos como Reginald Scot, autor de El Descubrimiento de la Brujería, y en él britanizaba la imagen europea de la bruja como amante del Diablo. Los Estatutos de 1604, aprobados un año después de que Jacobo llegara a Inglaterra, ampliaban la definición de las acciones que constituían brujería y reforzaba las penas que debían aplicarse. El rey fue volviéndose gradualmente más y más escéptico, especialmente después de haber presenciado un caso claro de hechizo fraudulento, pero su libro y sus leyes quedaron como plaga de un periodo posterior. Para el abogado de Essex resultaron ser un atajo hacia la fama y la fortuna.

 

Siguiendo las descripciones dadas en la Demonología, Hopkins pasó dos años dando caza a mujeres cuyos animales domésticos podían ser tomados por demonios encar-nados ("familiares"), enviados para aconsejarlas en sus maleficios. Además de emplear la tortura psicológica del interrogatorio continuo de veinticuatro horas, revivió la ordalía medieval de "nadar" a una bruja sospechosa, o sea : lanzar a la mujer a una corriente de agua, para ver si flotaba o se hundía, asumiendo que el Diablo impediría que su sierva se ahogara. No pasó mucho tiempo antes de que sus actividades fueran interrumpidas por más altas autoridades, pero, si aceptamos las antiguas estadísticas, Hopkins se hizo responsable de varios cientos de ejecuciones antes de que fuera llamado a responder por sus procedimientos ilegales y por los beneficios que había obtenido con su persecución de las brujas.

 

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