viernes, 18 de abril de 2025

HISTORIA DE LA BRUJERIA Y WICCA PARTE XVIII

 


Resultan particularmente inquietantes las referencias a una "raza de brujas", por su sugerencia de que lo que podía haber sido una transgresión voluntaria por parte de los padres se convertía en un estigma metafísico en el hijo, lo que podía emplearse tranquilamente para justificar el genocidio.

 

El hermano Heinrich es una aterradora muestra de la clase de histeria que podemos esperar siempre que empieza a rumorearse sobre una conspiración extraña. Si hubiese sido un sacerdote de nuestros días, le encontraríamos excitando a los Caballeros de Colón locales contra el peligro comunista y escribiendo análisis profusamente documentados sobre los mensajes subversivos que pueden hallarse en la música de rock.

 

La Inquisición, que era normalmente un organismo investigador, recibió carta blanca del papa, y con su mortal eficiencia, Institutoris enseñó a Occidente cómo se debía cazar a los brujos.

 

Los documentos franceses y alemanes de los dos siglos siguientes dan testimonio del modo como las comunidades, una y otra vez, se diezman a sí mismas y luego rechazan con horror lo que han hecho. El Malleus presentaba a las brujas como hambrientas sexuales, y, tal como apunta H. C. Erick Midelfort en su propio trabajo sobre las cacerías de brujas, fue precisamente en este período cuando comenzó a desmoronarse el antiguo concepto del matrimonio y había más cantidad de mujeres solteras que pudieran provocar las sospechas de los oficiales al cargo.

 

Cuando la cacería cobró auge, no fueron las únicas víctimas las mujeres solteras o infieles. Como cada víctima debía confesar quién más se había rendido al Diablo, se formaron listas que incluían a hombres, mujeres, niños y ancianos. Los posaderos y las comadronas eran los que corrían mayor riesgo de ser nombrados en una primera ronda de acusaciones, pero pronto les siguieron los propietarios y hombres de negocios poco populares. Los encargados de la ley disidentes, en especial los que criticaban aquellos procedimientos judiciales, eran también blancos fáciles para sus colegas, pero con frecuencia caía en su propia red alguno de los perseguidores. La confesión de un perseguidor, nombrado quizás por sospechosos sedientos de venganza, acostumbraba a ser precursora de un último estallido de pánico, antes de que la comunidad reconociera lo absurdo de su postura. Incluso después de esto, tardaba años en desaparecer el faccionalismo causado por los juicios y entre el resquemor reinante aún podía producirse alguna nueva caza de brujas. ¡Y todo ello en nombre de la religión y del orden público!

 

Es importante advertir que a pesar de la descripción que tenemos de Heinrich Institutoris, la mayor parte de los juicios de Europa no fueron provocados por la Inquisición y que ésta hizo poco caso del extenso Malleus Maleficarum. Las divisiones que produjo en la cristiandad la Reforma Protestante solamente sirvieron para fortalecer la convicción de las comunidades francesas y alemanas de que el Diablo estaba interviniendo realmente, de un modo nuevo y aterrador, en los acontecimientos humanos. Protestantes y católicos, divididos en cuestiones doctrinales, convenían en que los que habían hecho un pacto con Satán habían cometido el peor de los crímenes humanos, algo tan horrible y tan oculto que justificaba el uso de procedimientos extraordinarios para su descubrimiento. Ninguna acción maléfica (maleficum), ni la asistencia física a un aquelarre, resultaba tan significativa para los perseguidores continentales como el hecho de que alguien, por lujuria o avaricia, hubiera renunciado a sus votos bautismales para convertirse en la presa del diablo.

 

Una de las ironías más persistentes de los juicios es que las confesiones se aceptaban como seguros indicadores de la extensión de la actividad diabólica dentro de una comunidad. Las brujas admitirían repetidamente que habían sido engañadas por el Padre de las Mentiras, porque el oro que les había prometido se convertía en bóñigas o trozos de loza, o los amores demoníacos resultaban más dolorosos que plancenteros. Incluso los aquelarres tenían que ser considerados posiblemente ilusorios. Pero cuando una persona, sin importar su edad o posición, era nombrada como bruja por varios sospechosos tenía que enfrentarse a su vez con los torturadores.

 

Casi nunca dejaba de decir un sospechoso lo que se esperaba de él y las circunstancias de su confesión eran empleadas para rechazar cualquier posterior retractación. La única alternativa -absolutamente inaceptable para aquellos hombres piadosos- hubiera sido admitir la posibilidad de que los propios juicios fueran una mentira.

 

Hasta ahora hemos estado hablando sobre el desarrollo de la leyenda de la brujería en las regiones de Europa en que se habían producido ya las persecuciones de los cátaros y los judíos. De entre las diversas teorías de cómo comenzó la locura de la brujería de aquel modo a finales del siglo xv, Trevor-Roper escoge la idea de que representaba el perenne conflicto existente entre los aldeanos de las llanuras y la población de las montañas, que generalmente era de distinto origen racial. Midelfort lo ve como una consecuencia de las dislocaciones producidas, en parte, por los cambios socioeconómicos de finales de la Edad Media y, en parte, por los conflictos entre católicos y protestantes que trajo la Reforma.

 

Y, desde luego, existen las viejas y ahora desechadas teorías de que los juicios fueron resultado de las frustraciones sexuales del clero o de la ansiedad de los perseguidores por confiscar las propiedades de los condenados. Lo que no debemos olvidar es que la idea medieval de la bruja venía evolucionando desde hacía siglos. Al principio, fue la clásica mujer vieja y fea, cabalgando en una escoba (como aparece en una ilustración del siglo xiii), con un demonio a su lado en forma de gato o sapo. En los siglos xvi y xvii, este estereotipo se desmoronó completamente. En esta nueva y peligrosa era se creía que el Diablo podía comprar la adoración de cualquiera. El gran astrónomo Kepler, por ejemplo, no pudo impedir el arresto de su propia madre por bruja, que murió en la prisión antes del juicio, quizá por fortuna para ella. Al principio del siglo xvii, un grupo de monjas ursulinas de un convento de Loudun mostraron algunos signos de posesión demoníaca, y un cura impopular, Urban Grandier, fue ejecutado como el hechicero que había vendido sus almas al diablo. Sí, Satán se encontraba en todas partes, incluso dentro de la propia iglesia.

 

Yo estoy de acuerdo con la teoría de Midelfort de que las cacerías de brujos en general eran el reflejo de una inseguridad, al ir dejando paso la era medieval a la moderna ,pero una cacería de brujas podía también producirse simplemente porque una comunidad, sabedora de su existencia por todas partes, creyera haber encontrado pruebas de haber sido atacada por el Diablo.

 

Lo que ocurrió en Salem, en la colonia de Massachusetts,es un buen ejemplo. En conjunto murieron menos de cincuenta personas en América por cargos de brujería, pero veinte de ellas eran de Salem en el horrendo pánico de 1692.

 

Para comprender a Salem debemos advertir que, en los siglos xvi y xvii, Inglaterra y sus colonias parecían mucho menos preocupadas por la brujería que la Europa continental.

 

Nunca existió, por ejemplo, la preocupación por la herejía que se había convertido en la sustancia de los juicios continentales, y no se empleaba la tortura para extraer la clase de confesiones que han perpetuado las cacerías de brujas en Francia y Alemania.

 

-El libro de Chadwick Hansen, Brujería en Salem, es un esfuerzo tardío para librar a los jefes puritanos de Massachusetts, especialmente a Cotton Mather, de los cargos for-mulados contra ellos por cronistas no simpatizantes. Lo que ocurrió, según él, fue que ciertas chapucerías en el terreno de la adivinación provocaron reacciones histéricas en una pandilla de adolescentes. La acusación inicial de brujería pareció justificada cuando una de las mujeres acusadas por las muchachas (Tituba, una esclava india caribe) confesó libremente su diabolismo. Las investigaciones que siguieron proporcionaron pruebas que sugerían que otras personas de las que fueron después juzgadas habían practicado la brujería, llegando incluso a la magia negra, pero esto, de por sí, no hubiese diferenciado a Salem -o a sus juicios- de cualquier otra comunidad americana o inglesa.

 

Lo que distinguió a Salem fue que los tribunales optaron por aceptar la "evidencia espectral" -las descripciones dadas por las muchachas de cómo "veían" a varios miembros de la comunidad intentando acciones maléficas contra ellas- en contra de la opinión públicamente expresada de Cotton Mather, que ya había tratado antes con éxito casos semejantes de histeria. Puesto que la histeria medra con la atención, cierto número de hombres y mujeres fueron acusados, convictos y ejecutados antes de que los jueces comprendieran que aquellas acusaciones que se iban multiplicando, y que pronto alcanzaron a los más influyentes ciudadanos de la comunidad, tenían que ser falsas.

 

Este giro de opinión pisoteaba los fenómenos que habían precipitado los juicios, y la experiencia de Salem fue un factor que influyó en la renovación de las leyes inglesas, que pusieron término a semejantes persecuciones. Los brujos podían seguir siendo arrestados, pero solamente como impostores.

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