Aunque la
historia real es bastante más complicada que la leyenda de la "Antigua
Religión" explicada por Margaret Murray, hay cierta verdad en su
afirmación de que la tradición de los brujos implicaba un telón de fondo
pagano. Al principio de la Edad Media existían dos clases sociales capaces de
resistirse a la cristianización forzosa. Una era la gente del campo (los
pagan¡, según la palabra latina que designa a una región campestre) que, como
las poblaciones indias y mestizas de la América Latina de hoy, convirtió al
catolicismo en un disfraz de prácticas más antiguas. La otra era la
aristocracia instruida.
Muchos
aristócratas no cristianos, hombres de fortuna y cultura, resistieron hasta el
siglo vi, doscientos años después de Constantino, admitiendo generalmente como
capellanes de su casa a los depuestos profesores de filosofía griega, que había
sido ya integrada con los restos de la religión griega en los principios de la
era cristiana, y enviando a sus hijos para que fueran educados en las escuelas
de filosofía aún no cristianas de Alejandría y Atenas. Cuando los invasores
musulmanes acabaron con lo que quedaba del imperio romano en el sur y este, se
encontraron con que las tradiciones mágicas de la alquimia, la astrología y la
hechicería seguían vivas, a pesar de los persistentes esfuerzos del
cristianismo por suprimirlas. Hay que hacer constar que la altamente
Intelectualizada magia helenística pudo llegar de nuevo a la Europa Occidental
gracias al Islam.
En la población
de las regiones rurales alejadas se producían dos problemas. Siempre existía la
resistencia provocada por la continuación de antiguas prácticas, y el peligro
de una recaída en las creencias heréticas fue parcialmente paliado por la
iglesia apoderándose de las festividades (por ejemplo, la Candelaria en lugar
de un festival pagano del fuego), "bautizando" a divinidades locales
("San" Cristóbal o "San" Jorge) y adoptando antiguas
costumbres (adornar un abeto por Navidad o decorar huevos por Pascua).
Los ritos
orgiásticos de la fertilidad no fueron asimilados tan fácilmente y en la
antigua literatura se leen casos de párrocos que recibieron una reprimenda por
haber fomentado tales festividades.
El otro problema,
que resultó ser el más difícil, era el atractivo que tenían los heréticos o
visionarios para un pueblo que ya comenzaba a resentirse por el poder y los
privilegios del clero católico. Más formidable aún que reformadores como los
valdenses, que pasaron de Lyon a Italia, era la orientación dualística del
Zoroastrismo persa (la idea de que el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el
espíritu y la materia, Dios y el Diablo son realidades distintas de una lucha
por el alma de los hombres), que prevalecía en muchos de los grupos que se
oponían a la nueva iglesia cristiana.
El profeta persa
Mani utilizó este dualismo para estructurar en el siglo in una iglesia
propia, siguiendo
las líneas trazadas por la jerarquía católica, y su filosofía (maniqueísmo) se
mantuvo viva a través de una serie de movimientos medievales, que incluyeron a
los bogomilitas, en los Balcanes, y a los cátaros o albigenses en el sur de
Francia. La orden dominicana fue originalmente fundada para combatir la
influencia de los cátaros mediante una predicación más efectiva, y el talante
combativo de esos sacerdotes fue uno de los principales factores en la
persecución de las brujas, cuando los cátaros fueron aniquilados.
La gente del
campo, que apenas era capaz de retener correctamente las sutilezas de una
teología ortodoxa, no pudo tampoco evitar cierta distorsión de la herejía.
Un grito contra
la riqueza de la iglesia, por ejemplo, podía convertirse en una 'revuelta
sangrienta contra todos los que se habían hecho con el poder en nombre de
Cristo. En áreas aisladas de la Europa medieval existían auténticos adoradores
del diablo y eso dio base a la leyenda de la brujería, tal como se desarrolló
más tarde.
La propia iglesia
no estaba en posición de apreciar hasta qué punto la supervivencia de formas
paganas y la influencia de herejías como los cátaros ("los
purificados") se habían mezclado para dar origen a la creencia en los
brujos. Todo acto de hechicería, por trivial que fuera, había sido considerado
como diabólico por los teólogos más ortodoxos, y la presencia a un tiempo de la
magia popular y del verda-dero diabolismo en la misma era condujo a una
comprensible identificación de los dos. Produjo también una paranoia
eclesiástica, que seguía vigente hasta cuando las razones acostumbradas para
temer a la brujería, como epidemias o tormentas devastadoras, no se producían.
Pero esta
identificación no fue completa. La antigua actitud contra el paganismo y el
nuevo temor a la herejía provocaron una curiosa contradicción hasta en los
propios documentos de la iglesia. En un tiempo en que la iglesia estaba muy
ocupada degradando las antiguas prácticas, apareció una ordenanza en la corte
de Carlomagno denunciando la creencia popular de que existían mujeres que
cabalgaban por los cielos siguiendo a las huestes de la diosa Diana. Según este
Canon Episcopi, los sacerdotes debían explicar que semejante cabalgata era una
ilusión creada por el Diablo para apartar a los cristianos de su fe en Dios,
como única fuente de poder milagroso. Por una mala interpretación de la
colección de decretos entre los que apareció el Canon Episcopi en el siglo x, se
entendió que procedía del Concilio de Ancyra del siglo Iv y por ello tenía la
fuerza de un dogma.
Leyéndolo en su
sentido estricto, parecía condenar una de las creencias esenciales de tantos
posteriores perseguidores : el transporte milagroso de brujos a las re-giones
remotas en las que celebraban sus "aquelarres". Los impávidos
defensores de la proposición de que los brujos realizaban realmente esos vuelos
nocturnos insistían en la diferencia existente entre los paganos mencionados
por el Canon Episcopi y una nueva y más peligrosa secta strigarum, un culto de
brujos que había comenzado a principios del siglo xv.
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