viernes, 18 de abril de 2025

HISTORIA DE LA BRUJERIA Y WICCA PARTE XVI

 


Aunque la historia real es bastante más complicada que la leyenda de la "Antigua Religión" explicada por Margaret Murray, hay cierta verdad en su afirmación de que la tradición de los brujos implicaba un telón de fondo pagano. Al principio de la Edad Media existían dos clases sociales capaces de resistirse a la cristianización forzosa. Una era la gente del campo (los pagan¡, según la palabra latina que designa a una región campestre) que, como las poblaciones indias y mestizas de la América Latina de hoy, convirtió al catolicismo en un disfraz de prácticas más antiguas. La otra era la aristocracia instruida.

 

Muchos aristócratas no cristianos, hombres de fortuna y cultura, resistieron hasta el siglo vi, doscientos años después de Constantino, admitiendo generalmente como capellanes de su casa a los depuestos profesores de filosofía griega, que había sido ya integrada con los restos de la religión griega en los principios de la era cristiana, y enviando a sus hijos para que fueran educados en las escuelas de filosofía aún no cristianas de Alejandría y Atenas. Cuando los invasores musulmanes acabaron con lo que quedaba del imperio romano en el sur y este, se encontraron con que las tradiciones mágicas de la alquimia, la astrología y la hechicería seguían vivas, a pesar de los persistentes esfuerzos del cristianismo por suprimirlas. Hay que hacer constar que la altamente Intelectualizada magia helenística pudo llegar de nuevo a la Europa Occidental gracias al Islam.

 

En la población de las regiones rurales alejadas se producían dos problemas. Siempre existía la resistencia provocada por la continuación de antiguas prácticas, y el peligro de una recaída en las creencias heréticas fue parcialmente paliado por la iglesia apoderándose de las festividades (por ejemplo, la Candelaria en lugar de un festival pagano del fuego), "bautizando" a divinidades locales ("San" Cristóbal o "San" Jorge) y adoptando antiguas costumbres (adornar un abeto por Navidad o decorar huevos por Pascua).

 

Los ritos orgiásticos de la fertilidad no fueron asimilados tan fácilmente y en la antigua literatura se leen casos de párrocos que recibieron una reprimenda por haber fomentado tales festividades.

 

El otro problema, que resultó ser el más difícil, era el atractivo que tenían los heréticos o visionarios para un pueblo que ya comenzaba a resentirse por el poder y los privilegios del clero católico. Más formidable aún que reformadores como los valdenses, que pasaron de Lyon a Italia, era la orientación dualística del Zoroastrismo persa (la idea de que el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el espíritu y la materia, Dios y el Diablo son realidades distintas de una lucha por el alma de los hombres), que prevalecía en muchos de los grupos que se oponían a la nueva iglesia cristiana.

 

El profeta persa Mani utilizó este dualismo para estructurar en el siglo in una iglesia

 

propia, siguiendo las líneas trazadas por la jerarquía católica, y su filosofía (maniqueísmo) se mantuvo viva a través de una serie de movimientos medievales, que incluyeron a los bogomilitas, en los Balcanes, y a los cátaros o albigenses en el sur de Francia. La orden dominicana fue originalmente fundada para combatir la influencia de los cátaros mediante una predicación más efectiva, y el talante combativo de esos sacerdotes fue uno de los principales factores en la persecución de las brujas, cuando los cátaros fueron aniquilados.

 

La gente del campo, que apenas era capaz de retener correctamente las sutilezas de una teología ortodoxa, no pudo tampoco evitar cierta distorsión de la herejía.

 

Un grito contra la riqueza de la iglesia, por ejemplo, podía convertirse en una 'revuelta sangrienta contra todos los que se habían hecho con el poder en nombre de Cristo. En áreas aisladas de la Europa medieval existían auténticos adoradores del diablo y eso dio base a la leyenda de la brujería, tal como se desarrolló más tarde.

 

La propia iglesia no estaba en posición de apreciar hasta qué punto la supervivencia de formas paganas y la influencia de herejías como los cátaros ("los purificados") se habían mezclado para dar origen a la creencia en los brujos. Todo acto de hechicería, por trivial que fuera, había sido considerado como diabólico por los teólogos más ortodoxos, y la presencia a un tiempo de la magia popular y del verda-dero diabolismo en la misma era condujo a una comprensible identificación de los dos. Produjo también una paranoia eclesiástica, que seguía vigente hasta cuando las razones acostumbradas para temer a la brujería, como epidemias o tormentas devastadoras, no se producían.

 

Pero esta identificación no fue completa. La antigua actitud contra el paganismo y el nuevo temor a la herejía provocaron una curiosa contradicción hasta en los propios documentos de la iglesia. En un tiempo en que la iglesia estaba muy ocupada degradando las antiguas prácticas, apareció una ordenanza en la corte de Carlomagno denunciando la creencia popular de que existían mujeres que cabalgaban por los cielos siguiendo a las huestes de la diosa Diana. Según este Canon Episcopi, los sacerdotes debían explicar que semejante cabalgata era una ilusión creada por el Diablo para apartar a los cristianos de su fe en Dios, como única fuente de poder milagroso. Por una mala interpretación de la colección de decretos entre los que apareció el Canon Episcopi en el siglo x, se entendió que procedía del Concilio de Ancyra del siglo Iv y por ello tenía la fuerza de un dogma.

 

Leyéndolo en su sentido estricto, parecía condenar una de las creencias esenciales de tantos posteriores perseguidores : el transporte milagroso de brujos a las re-giones remotas en las que celebraban sus "aquelarres". Los impávidos defensores de la proposición de que los brujos realizaban realmente esos vuelos nocturnos insistían en la diferencia existente entre los paganos mencionados por el Canon Episcopi y una nueva y más peligrosa secta strigarum, un culto de brujos que había comenzado a principios del siglo xv.

 

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