jueves, 2 de septiembre de 2021

EL ENIGMA DE LA SEMANA PLANETARIA Parte III

 Distribución armónica de los nombres de los dioses planetarios de los siete días de la semana 

(según Hammerly Dupuy)



La cuenta "hacia adentro" y el sentido "antihorario" están íntimamente vinculados y responden a una concepción del tiempo y del espacio radicalmente diferente a la que tiene el hombre occidental contemporáneo. A ello nos referiremos detenidamente en otro trabajo, pero no queríamos dejar de mencionarlo aquí. 

Ahora bien: Sin perjuicio de su coherencia interna, las hipótesis de Dio Cassius presentan algunos inconvenientes. 

Si el nombre de los días de la semana se hubiese originado en la "tabla egipcia" de los días y las horas, resultaría entonces que los astrólogos egipcios habrían ordenado los cielos en función, precisamente, de las horas del día. 

Asimismo, si la distribución armónica de los astros se hubiese originado en los estudios de Pitágoras sobre la armonía por cuartas, resultaría entonces que los pitagóricos habrían ordenado los cielos en función de sus escalas musicales. 

Estas conclusiones habrán de sonar como verdadera "música celestial" a los oídos de quienes creen que los hombres de todas las épocas no han hecho más que idear universos a su propia imagen y semejanza. A nosotros, en cambio, estas conclusiones que podrían deducirse de las hipótesis de Dio Cassius, nos suenan por demás desafinadas. Los hombres de todas las épocas -los hombres sabios, se entiende- han procurado experimentar primero y realizar después la armonía entre los Cielos y la Tierra, lo cual, por cierto, es algo bien diferente de lo anterior. 

Es cierto que la armonía de las octavas musicales, así como también la armonía de los intervalos de 3ª y de 5ª, puede ser percibida por cualquier oído entrenado cuando, por ejemplo, se hace vibrar una cuerda de violín o de guitarra. Pero la "armonía por cuartas" no es algo que responda a la naturaleza física de las vibraciones sonoras: Los Tetracordios no pudieron surgir de ninguna clase de "ciencia experimental positiva" sino de la aplicación al campo de la música de principios cosmogónicos y cosmológicos preexistentes. Los Tetracordios son un reflejo, un símbolo de la armonía de las esferas y no al revés como pareciera desprenderse de la hipótesis de Dio Cassius. Los Tetracordios son un soporte por medio del cual podemos aproximarnos a la música celestial. La música celestial no existe por los Tetracordios sino éstos por aquélla. 

El mismo criterio debe aplicarse a la "tabla egipcia". Si los astrólogos egipcios establecieron la división del día en 24 horas es porque descubrieron que, de ese modo, se ponía en concordancia la sucesión de los días de la semana astrológica con el orden celeste. La semana astrológica existe por el orden celeste y no éste por aquélla. 

El conocimiento de la secuencia Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, tuvo que ser, necesariamente, previo a la semana astrológica egipcia y a los Tetracordios pitagóricos. 

Esto no invalida las hipótesis de Cassius. Por el contrario, las confirma. Sólo que las coloca en el orden jerárquico que les corresponde en el camino del Conocimiento: 

Lo profundo es razón de lo superficial y nunca a la inversa. Consecuentemente, un símbolo está siempre en un plano exterior a la cosa simbolizada. Así, ningún cristiano que conserve el sentido de su propia tradición estaría dispuesto a admitir que Cristo es un símbolo del Sol: El Sol, en cambio, bien puede ser considerado un símbolo de Cristo. Lo mismo vale, dicho sea de paso, para los pueblos tildados de "idólatras" y "primitivos". Jamás esos pueblos han rendido culto "a los astros" sino a las potencias simbolizadas por éstos. 
 
 


El problema del Centro


Las hipótesis de Dio Cassius muestran dos modos de expresar simbólicamente el orden armónico de los astros -es decir, de las potencias celestes-, pero no son suficientes para comprender el significado de ese orden. 

El movimiento de los astros, la armonía de las esferas, expresa una música celestial sin que para ello se requiera que los astros modifiquen su ordenamiento físico. Al contrario, la música celestial se produce precisamente porque las esferas ocupan el lugar que ocupan, y no otro. La música celestial es un fenómeno enteramente natural, o sea, inherente a la naturaleza de las cosas. Pero si el orden físico de los astros es en sí mismo un orden armónico, ¿por qué un ordenamiento planetario que se supone armónico ha de diferir de ese orden físico?. 

Alquimistas como Filaletes, Bernardo Trevisano y Basilio Valentino han mencionado la siguiente disposición de los astros: 

Mercurio-Saturno-Júpiter-Luna-Venus-Marte-Sol

Esta disposición expresa la correspondencia simbólica entre los astros -las potencias celestes- y las etapas de la obra alquímica. No viene al caso exponer aquí el significado de la secuencia. Lo que interesa es la ubicación final, culminante, del Sol (el oro). La obra alquímica es, ante todo y por sobre todas las cosas, una obra interior. El camino del alquimista es un camino hacia adentro, de modo que el punto culminante no puede ser otro que su propio Centro. 

Mediante el decreto del 7 de marzo de 321, Silvestre, obispo de Roma, dispuso que los días de la semana fuesen designados en forma ordinal, a excepción del primero (dies Domini) y del séptimo (Sabbatum). Siendo el domingo el Día del Señor, este día viene a ocupar, en la tradición cristiana, el mismo lugar que ocupa el sábado en la tradición hebrea. El mismo lugar, insistimos, pese a que el domingo es el primer día y el sábado el último: Puesto que se trata del día central, su ubicación al principio o al final de una secuencia es indistinta, toda vez que el Centro es el principio y el fin de todas las cosas. 

Al referirnos a la ubicación central, tanto del día domingo en la semana cristiana como del Sol en el simbolismo planetario de la obra alquímica, estamos aludiendo a una determinada cualidad objetiva (la cualidad de ser Centro), que para nada depende de su ubicación física o convencional. Esta es la cuestión clave para comprender el significado de la semana planetaria. 

Puesto que el domingo-Sol es el Centro, el número-símbolo que le corresponde es, obviamente, el número del Centro. En las tradiciones griega, egipcia, hermética, romana, cristiana e hindú, el número del Centro es el 7 (número de Brahma y número del Anahata, el Chakra del corazón, por ejemplo). Cualquiera sea el orden en que los astros aparezcan presentados, al Sol le corresponderá, por lo tanto, el número 7. Y también es 7 el número del domingo cristiano, aunque se lo presente como el primer día de la semana en vez de como el último (el sábado de los judíos, en acuerdo con el relato bíblico del Génesis y cuyo número es, por supuesto, 7). 


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