lunes, 2 de junio de 2025

HISTORIA DE LA BRUJERIA Y WICCA PARTE XXIII

 


El caldero de la bruja, que resultará familiar a cualquier lector de Macbeth, es otro ejemplo del folklore celta reducido a una escala conveniente. En los mitos se encuentran referencias a un caldero de la inmortalidad. Además, y puesto que los celtas reverenciaban al agua más que a cualquier otro elemento, era natural que los cubos y calderos tuvieran también su papel en su concepción de un buen hechizo. "Bulle y burbujea, trabaja y confunde".

 

Aunque el poder mundano de los druidas sucumbió en sus luchas con los romanos, ellos sobrevivieron durante varios siglos de la era cristiana transmitiendo unos conoci-mientos, que incluso en términos puramente seculares, los señores locales encontraban superiores a la instrucción de los primeros sacerdotes cristianos que habían conocido. El desarrollo en Escocia de una orden de monjes altamente intelectualizados, con el Columba del siglo vi, significó que los druidas, que ya estaban muy próximos a la extinción, ya no gozarían por más tiempo de la ventaja que les daba su poesía, contra unos sacerdotes cristianos que conocían la literatura latina y griega, así como la teología sistemática.

 

El mito se convirtió en un folklore que los mismos cristianos incorporaron, para sus propios propósitos, y la magia de los dioses y diosas pasó por un proceso de infantilización, para brotar de nuevo como un conjunto de supersticiones rurales sobre curaciones y adivinación.

 

La brujería en sí misma no constituía todavía una fuente de terror para los cristianos. Todo lo contrario. Carlomagno, que fue coronado gobernante del nuevo Sacro Imperio Romano el día de Navidad del año 800, reforzó en sus capitulares las prohibiciones contra la creencia en la antigua magia, como el Canon Episcopi del que ya hemos hablado. Los verdaderos brujos -seres capaces de realizar acciones maravillosas con la sola ayuda de sus propios poderes- no podían existir ni existían.

 

A pesar de esas negaciones oficiales, existía un folklore germánico en el que se advierten ecos de las tropas ambulantes de guerreros de una era menos asentada.

 

Según estas historias, un espíritu, generalmente una diosa llamada Perchta o Holda, e identificada con la Diana romana, conducía a una horda de espíritus en una salvaje cacería, que provocaba la destrucción de todo el que se cruzara en su camino. Con el tiempo, esos cazadores sobrenaturales fueron considerados personas reales, a las que la diosa había conferido el poder de volar -la creencia que intentaba suprimir el Canon Episcopi-. Pero en un corto plazo de tiempo, la creencia en Diana dio paso a la creencia en el Diablo, y quedó establecido uno de los componentes del mito del aquelarre cuando los clérigos medievales decidieron que Satán tenía el poder de transportar instantáneamente a sus seguidores a sus obscenas jaranas. Después de todo,Diana no existía, y la herejía que rechazaba el Canon Episcopi consistía en atribuir a una deidad pagana poderes maravillosos. El Diablo era algo completamente distinto, y ahora la herejía consistía más bien en negar su capacidad que en afirmarla.

 

Siempre se dio por sabido que el Diablo no era una en tidad independiente de Dios. Según los cristianos, los ataques de Satán debían ser considerados pruebas para los justos,consentidas por el Señor. El texto básico aquí era el Libro de Jacob. Los brujos -personas que aceptaban los mandatos de Satán, por cualquier razón- eran culpables del crimen de traición contra el verdadero señor del mundo, eso aunque las orgías a las que asistían los brujos fueran puras alucinaciones, un engaño tramado por el Diablo para atrapar a los malvados.

 

En este punto se entrecruzan la leyenda y la historia de modo muy curioso. En la literatura de los juicios se leen una y otra vez historias de confesiones voluntarias, en las que los sospechosos aseguraban haber asistido a los aquelarres, aun cuando existían pruebas de que habían estado durmiendo. Para los que creían en las brujas malévolas, esto introducía la idea de la "evidencia espectral", como en los juicios de Salem, en los que quienes se habían dedicado a prácticas malignas habían sido los cuerpos astrales de los acusados.

 

Pero para los escépticos representaba la oportunidad de poder hacer un comentario sobre las insólitas propiedades de los ungüentos usados por los brujos. Puesto que el acónito, la belladona y la cicuta figuran entre las drogas mencionadas en las recetas tradicionales para volar y cambiar de forma, los escépticos parecían tener razón al

 

afirmar que los únicos "viajes" realizados por las brujas eran los causados por los ungüentos. En mi opinión, la cuestión reside en saber hasta qué punto se empleaban realmente semejantes recetas.

 

Exceptuando a Margaret Murray y sus seguidores, casi todos los estudiantes de la historia de la brujería han oincidido en atribuir las confesiones no forzadas que aparecen en la literatura del tema a desórdenes mentales. Las fantásticas descripciones de los aquelarres, por ejemplo, han sido consideradas respuestas histéricas a la frialdad y represiónque caracterizaban la vida medieval. Pero también pudiera ser que se tratara de expresiones de una subcultura de las drogas, enraizada o bien en la antigüedad o en los más recientes experimentos de las personas consideradas farmacólogos rurales.

 

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