lunes, 18 de octubre de 2021

EVOLUCIÓN DEL ALMA DESENCARNADA Parte IV

 



En América, entre los Aztecas, existía la creencia de que el alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra. Pero sostenían que, las almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había “algo más“, y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del sol, es decir, que iban a vivir en la Luz, como colibríes bajo la forma de Huitzilopochtli, principal deidad de los mexicas. Huitzilopochtli también fue conocido como Ilhuicatl Xoxouhqui y fue asociado al sol.

 Según la leyenda, Huitzilopochtli nació de Coatlicue, la Madre Tierra, quien quedó embarazada por una bola de algodón azulino que cayó del cielo mientras barría los templos de la sierra de Tollan. Sus 400 hermanos, al notar el embarazo de su madre y a instancias de su hermana Coyolxauhqui, decidieron ejecutar al hijo al nacer, para ocultar la supuesta deshonra. Pero Huitzilopochtli nació y mató a la mayoría. Tomó a la serpiente de fuego Xiuhcoatl entre sus manos , le dio forma de hacha y venció y mató con enorme facilidad a su hermana Coyolxauhqui, quien quedó desmembrada al caer por las laderas de los cerros. Huitzilopochtli tomó la cabeza de su hermana y la arrojó al cielo, con lo que se convirtió en la Luna, siendo Huitzilopochtli el Sol. Lo mismo nos indican los chinos, los griegos y los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el Concilio de Trento, van a tener la creencia de que los hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesús era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos pues que este argumento está presente en toda la Historia. Pero es tal vez en la India donde podemos observar los conocimientos más precisos sobre la reencarnación. Los hindúes han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan y todas las cosas vuelven a vivir. Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía y dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar que el hombre podía reencarnarse para volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas y hablaban de grandes períodos de tiempo que llamaban Manvantaras, y de otros ciclos de reposo, o Pralayas. Consideraban que esa actividad, que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad, existía también en todas las cosas, del mismo modo que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos otras horas.

 Manvantara, en sánscrito, es un período de manifestación del universo, opuesto al pralaya, que implica reposo o disolución. Es un término aplicado a varios ciclos, especialmente a un Día de Brahmâ, que comprende nada menos que 4.320.000.000 años solares. y al reinado de un Manú, equivalente a 306.720.000 años solares. Manvantara significa literalmente “Período entre dos Manús” (Manu-antara), o la expiración del Principio creador; el período de actividad cósmica entre dos pralayas, o estados de reposo. Cada manvantara se divide en siete períodos o Rondas, y así cada planeta tiene siete períodos de actividad durante un manvantara. El Manvantara, o período entre dos Manús, es una Ronda o ciclo de existencia correspondiente a un Manú, y durante el cual existe una humanidad de cierto tipo. Catorce Manvantaras forman un Kalpa o Día de Brahmâ. No obstante, los Manvantaras, así como los Kalpas, según se expresa en el lenguaje de los Purânas, han de entenderse en sus diversas referencias, puesto que dichas edades se refieren tanto los grandes períodos como a los pequeños, a los Mahâkalpas y a los ciclos menores.. Estas diversas maneras de apreciación se notan sobre todo cuando se comparan los datos de la ciencia ortodoxa con los de la ciencia esotérica.  Así es que la duración del Manvantara, considerado como una decimocuarta parte de un Kalpa o Día de Brahmâ, sería de 308.448.000 años (o de 306.720.000, según otras versiones); mientras que considerado como ser que acaba de morir sigue las leyes inmutables fijadas por la naturaleza y prosigue su evolución. Esto es algo que, tarde o temprano, todos llegaremos a constatar. Entonces, ¿por qué preocuparnos por ello? Es evidente que las relaciones físicas entre el muerto y los vivos se interrumpen. 

Para unos, la muerte es la interrupción de su interrelación con la naturaleza física. La inteligencia, el sentimiento, los afectos, todo desaparece repentinamente y el cuerpo se convierte, de nuevo, en polvo. Para otros, la muerte es la liberación. El alma se desprende del cadáver y se eleva hacia el cielo, rodeada de ángeles y de espíritus gloriosos. Entre estas dos opiniones extremas hay toda una gama de creencias intermedias. Los Panteístas, que siguen una concepción del mundo y una doctrina filosófica según la cual el Universo, la Naturaleza y Dios son equivalentes, basan la personalidad del muerto en las grandes corrientes de la Vida Universal. Los Místicos predican que el espíritu liberado de las trabas de la materia sigue viviendo, intentando salvar con su sacrificio a aquellos que sufren todavía en la tierra. Los Iniciados de las diversas escuelas siguen la evolución del ser a través de los diferentes planos de la Naturaleza, hasta el momento en que este ser, por su propia voluntad, volverá a adquirir un nuevo cuerpo físico en el planeta donde aún le queda una “cuenta pendiente“. Los Muertos de la Tierra son los Vivos de otro plan de evolución. La Naturaleza es avara y no deja que ninguno de sus esfuerzos se desperdicie en la nada. Y el sueño es un buen símil de la muerte porque, durante el sueño, el hombre se encuentra realmente retirado del escenario consciente. Mientras dormimos, continúan los acontecimientos en el escenario consciente, pero nosotros no tenemos influencia sobre ellos. 

Sin embargo, al despertar volvemos a encontrar los efectos de nuestras acciones y debemos partir de ellos. Nuestra personalidad se incorpora todas las mañanas nuevamente a nuestro mundo de actividad, como un tipo de renacer. Lo mismo sucede con las acciones de nuestras encarnaciones anteriores. Los resultados de dichas anteriores reencarnaciones están integrados al mundo en que habíamos estado encarnados, pero nos pertenecen a nosotros, como espíritu que se reencarna. Así como algunos animales no pueden vivir si no es en el medio al que se adaptaron, así el espíritu humano no puede vivir si no es en el medio creado por sus propias acciones y que le corresponde como tal. Durmiendo, el cuerpo humano obedece a las leyes físicas. El cuerpo humano reasume el curso de su actividad racional allí donde la interrumpió al dormirse. De manera que, visto bajo este aspecto, el hombre pertenece a dos mundos. En uno de ellos vive con el cuerpo, y esta vida corpórea puede abarcarse con las leyes físicas; en el otro vive espiritualmente y de esta vida nada puede conocerse mediante las leyes físicas.


Gracias por compartir Griselda.

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