jueves, 10 de diciembre de 2020

Como ser un alquimista Parte IX

El Elegido

 

               Parte D

              

 

Si en algún momento llegamos a pensar que el papel de la mujer, en el camino de la autorrealización, era netamente pasivo, e intrascendente y ambiguo, tenemos que decir que nada más lejos de la realidad, pues a la Mujer siempre se le ha tenido como pieza imprescindible en las culturas que tuvieron el conocimiento por experiencia propia y que supieron de la importancia de su parte conciliadora en todo el universo, ya que es bien cierto y nadie lo puede negar en la creación de cualquier cosa siempre existe el elemento femenino y por lo tanto nunca ha sido una parte secundaria sino más bien complementaria con la parte masculina.

 

En los tiempos del antiguo Egipto, el neófito que aspiraba a ser alquimista, para despertar el Divino Fuego, había de casarse con una mujer madura, pero si lo hacía con una joven, había de demorar algunos meses antes de efectuar la conexión sexual, y entre las condiciones matrimoniales estaba él tener que obedecer a su mujer, a la cual se sujetaba con mucho gusto el alquimista...

 

Alberto el Magno como Santo Tomás, afirmó la realidad de la alquimia.

 

Su tratado sobre tal materia estaba siempre sobre la mesa del Abad Tritemo. Tritemo contaba que cuando Guillermo II, conde de Holanda, cenó con el ínclito y preclaro sabio Alberto el Magno, éste hizo poner una mesa en el jardín del Monasterio, aunque era pleno invierno y nevaba...

 

tan pronto los del convite hubieron tomado asiento, como por encanto desapareció la nieve, y el jardín se cubrió de variadas flores. Las aves de distintos colores volaban deliciosamente entre los árboles, como en los mejores días de verano...

 

Es ostensible que Fausto, Paracelso y Agripa, los tres Magos (alquimistas) fueron discípulos del Abad Tritemo. Recítenme los cuatro elementos de la naturaleza, ordenaba el Abad a sus monjes en plena clase, “la tierra, el agua, el aire y el fuego.” Si (continuaba el maestro) la tierra y el agua, los más pesados, se ven atraídos hacia abajo; el aire y el fuego, más ligeros, hacia lo alto.

 

Platón tenía razón al fundir el fuego en el aire, que se convierte en lluvia, que se convierte en rocío, que se convierte en agua, que se convierte en tierra al solidificarse.

 

Los viejos alquimistas dicen: Que vuestro fuego sea tranquilo y suave, que se mantenga así todos los días, siempre uniformes, sin debilitarse, si no eso causará gran perjuicio.

 


Si nuestro fuego no es controlado, de poco puede servir el conocimiento de la fórmula transmutatoria; de la misma manera que, cuando el ladrón ya está en la casa de nada sirve poner los cerrojos a las puertas.

 

El Mutus Libre, muestra la recogida del rocío ante los ojos de un carnero y de un toro, emblemas evidentes de los meses solares primaverales en el hemisferio norte.

 

Como podemos comprobar entre frases alegóricas al trabajo el elegido, para realizar la Obra de transformación, debe saber como operar y cuando descansar, un trabajo un tanto complicado en apariencia, pues en la práctica es algo muy sencillo; que no nos confundan en nuestra vocación, pues como dijera Goethe,

 

“Ley del hombre triste y grave, indaga, lucha, se agita. Lo que más necesita es lo que menos sabe”.

 

Al hombre común y corriente, quien solo tiene como objeto en su vida, comer, trabajar y dormir; le espera un final muy triste, pues quien no se preocupa de cultivar su Espíritu, poco o más bien nada puede esperar después, pues ya se cobró en vida con todo lo material de que se fue rodeando...

 

San Alberto dice, que el hombre espiritual debe dirigir el comercio carnal a un objetivo moral, y que una función de la sexualidad basada sólo en el placer de los sentidos pertenece a los vicios más infamantes.

 

Hombres espirituales, que sean capaces de transmutar su manera de pensar, de ver, sentir y practicar el sexo, es a lo que estamos llamados a convertirnos si de verdad queremos llegar a ver florecer la rosa en nuestra cruz.

 

Pues de lo contrario, quien fuera elegido para este menester, y no lo practicare, se convertiría en una semilla sin germinar.

 

Y como toda semilla que no es capaz de brotar la vida que guarda en sus entrañas, terminará pudriéndose... Hay que renunciar a los placeres que otorgan las fantasías, pues se corre el riesgo de quedarse atrapado en el deseo, en la ilusión y en la mentira, que nunca se dan por satisfechas; llevando a quien se deje envolver en sus demoníacos encantos hasta la pérdida total de sus valores.

 

Es lógico pensar que cada uno de nos, debemos realizar un gran esfuerzo, por apartarnos de nuestra naturaleza luciferina o fuego pasional descontrolado, ya que sin ese esfuerzo, no es posible culminar un trabajo que en sus distintas fases tiene un grado de dificultad diferente.

 

Purificar nuestro fuego, en el crisol alquímico, es nuestra obligación, si queremos fundirnos con nuestro Sol interior.

 

La sustancia ígnea por excelencia que en todos existe y que la ignorancia, en la mayoría de los casos, hace que se consuma sin ningún control ni medida, desperdiciando un fuego tan necesario como el mismo aire que respiramos.

 

Otros, quienes sí conocieron el valor y poder del fuego, lo pierden por no esforzarse en mantenerlo en la vía centrípeta, y siguen permitiendo que sus canales centrífugos continúen derramando, y por lo tanto, desviando de su cauce natural, el bálsamo de su atormentada vida...


De nada nos servirán entonces nuestras muy buenas intenciones..., más bien lo que se nos pedirán serán hechos concretos y bien definidos de nuestra vida, pues se nos valorará y juzgará por nuestros actos y no por nuestros deseos..., quizás podríamos pensar en un momento de nuestra actual existencia, que con nuestra verdad será más que suficiente para poder tener derecho a eso que se llama la “salvación”, sin embargo la verdad es una y la Ley se cumple, y su desconocimiento no nos exime de su cumplimiento.

 

A quien defiende la postura de que por evolución, todos seremos salvados, tenemos que decir, que sí es cierto que existe la mencionada Ley; pero no podemos olvidar que también existe la Ley de involución...

 

 

 

 

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