El Elegido
Parte D
Si en algún momento llegamos a pensar que el papel
de la mujer, en el camino de la autorrealización, era netamente pasivo, e
intrascendente y ambiguo, tenemos que decir que nada más lejos de la realidad,
pues a la Mujer siempre se le ha tenido como pieza imprescindible en las
culturas que tuvieron el conocimiento por experiencia propia y que supieron de
la importancia de su parte conciliadora en todo el universo, ya que es bien
cierto y nadie lo puede negar en la creación de cualquier cosa siempre existe
el elemento femenino y por lo tanto nunca ha sido una parte secundaria sino más
bien complementaria con la parte masculina.
En los tiempos del antiguo Egipto, el neófito que
aspiraba a ser alquimista, para despertar el Divino Fuego, había de casarse con
una mujer madura, pero si lo hacía con una joven, había de demorar algunos
meses antes de efectuar la conexión sexual, y entre las condiciones matrimoniales
estaba él tener que obedecer a su mujer, a la cual se sujetaba con mucho gusto
el alquimista...
Alberto
el Magno como Santo Tomás, afirmó la realidad de la alquimia.
Su tratado sobre tal materia estaba siempre sobre
la mesa del Abad Tritemo. Tritemo contaba que cuando Guillermo II, conde de
Holanda, cenó con el ínclito y preclaro sabio Alberto el Magno, éste hizo poner
una mesa en el jardín del Monasterio, aunque era pleno invierno y nevaba...
tan pronto los del convite hubieron tomado asiento,
como por encanto desapareció la nieve, y el jardín se cubrió de variadas
flores. Las aves de distintos colores volaban deliciosamente entre los árboles,
como en los mejores días de verano...
Es ostensible que Fausto, Paracelso y Agripa, los
tres Magos (alquimistas) fueron discípulos del Abad Tritemo. Recítenme los cuatro elementos de la naturaleza, ordenaba el Abad a sus monjes en plena clase, “la tierra, el agua, el aire y
el fuego.” Si (continuaba el maestro) la tierra y el agua, los más
pesados, se ven atraídos hacia abajo; el aire y el fuego, más ligeros, hacia lo
alto.
Platón
tenía razón al fundir el fuego en el aire, que se convierte en lluvia, que se
convierte en rocío, que se convierte en agua, que se convierte en tierra al
solidificarse.
Los viejos alquimistas dicen: Que vuestro fuego sea tranquilo y
suave, que se mantenga así todos los días, siempre uniformes, sin
debilitarse, si no eso causará gran perjuicio.
Si nuestro fuego no es controlado, de poco puede
servir el conocimiento de la fórmula transmutatoria; de la misma manera que,
cuando el ladrón ya está en la casa de nada sirve poner los cerrojos a las
puertas.
El Mutus
Libre, muestra la recogida del rocío ante los ojos de un carnero y de un toro,
emblemas evidentes de los meses solares primaverales en el hemisferio norte.
Como podemos comprobar entre frases alegóricas al
trabajo el elegido, para realizar la Obra de transformación, debe saber como
operar y cuando descansar, un trabajo un tanto complicado en apariencia, pues
en la práctica es algo muy sencillo; que no nos confundan en nuestra vocación,
pues como dijera Goethe,
“Ley del
hombre triste y grave, indaga, lucha, se agita. Lo que más necesita es lo que
menos sabe”.
Al hombre común y corriente,
quien solo tiene como objeto en su vida, comer, trabajar y dormir; le espera un
final muy triste, pues quien no se preocupa de cultivar su Espíritu, poco o más
bien nada puede esperar después, pues ya se cobró en vida con todo lo material
de que se fue rodeando...
San
Alberto dice, que el hombre espiritual debe dirigir el comercio carnal a un
objetivo moral, y que una función de la sexualidad basada sólo en el placer de
los sentidos pertenece a los vicios más infamantes.
Hombres espirituales, que sean capaces de
transmutar su manera de pensar, de ver, sentir y practicar el sexo, es a lo que
estamos llamados a convertirnos si de verdad queremos llegar a ver florecer la
rosa en nuestra cruz.
Pues de lo contrario, quien fuera elegido para este
menester, y no lo practicare, se convertiría en una semilla sin germinar.
Y como toda semilla que no es capaz de brotar la
vida que guarda en sus entrañas, terminará pudriéndose... Hay que renunciar a
los placeres que otorgan las fantasías, pues se corre el riesgo de quedarse
atrapado en el deseo, en la ilusión y en la mentira, que nunca se dan por
satisfechas; llevando a quien se deje envolver en sus demoníacos encantos hasta
la pérdida total de sus valores.
Es lógico pensar que cada uno de nos, debemos
realizar un gran esfuerzo, por apartarnos de nuestra naturaleza luciferina o
fuego pasional descontrolado, ya que sin ese esfuerzo, no es posible culminar
un trabajo que en sus distintas fases tiene un grado de dificultad diferente.
Purificar
nuestro fuego, en el crisol alquímico, es nuestra obligación, si queremos
fundirnos con nuestro Sol interior.
La sustancia ígnea por excelencia que en todos
existe y que la ignorancia, en la mayoría de los casos, hace que se consuma sin
ningún control ni medida, desperdiciando un fuego tan necesario como el mismo
aire que respiramos.
Otros, quienes sí conocieron el valor y poder del
fuego, lo pierden por no esforzarse en mantenerlo en la vía centrípeta, y
siguen permitiendo que sus canales centrífugos continúen derramando, y por lo
tanto, desviando de su cauce natural, el bálsamo de su atormentada vida...
De nada nos servirán entonces nuestras muy buenas
intenciones..., más bien lo que se nos pedirán serán hechos concretos y bien
definidos de nuestra vida, pues se nos valorará y juzgará por nuestros actos y
no por nuestros deseos..., quizás podríamos pensar en un momento de nuestra
actual existencia, que con nuestra verdad será más que suficiente para poder
tener derecho a eso que se llama la “salvación”, sin embargo la verdad es una y
la Ley se cumple, y su desconocimiento no nos exime de su cumplimiento.
A quien defiende la postura de que por evolución,
todos seremos salvados, tenemos que decir, que sí es cierto que existe la
mencionada Ley; pero no podemos olvidar que también existe la Ley de
involución...
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