III La Voluntad y la Paciencia
La voluntad es la virtud que nos permite profundizar cada vez más hondamente en nosotros mismos.
Si nuestro objetivo en la vida es sentir a nuestra Divinidad, como algo real y no dogmático, necesitaremos de grandes dosis de voluntad, para no dejarnos arrastrar por todas las pruebas en las que irremediablemente tendremos que participar. Algunas serán superadas fácilmente, pero en otras nuestro pavor será tan grande que clamará al cielo.
Pontano admite haberse equivocado más de 200 veces. Lo que nos hace pensar que así mismo más de 200 veces tuvo que rectificar y su voluntad fue, por lo tanto, puesta a prueba tantas ocasiones como fueran necesarias para llegar a un resultado esperanzador.
Yabir Ibn Hziyan, alquimista árabe, que vivió en el siglo VIII, afirma lo siguiente: Es normal que el alquimista se equivoque en repetidas ocasiones.
Por lo que podemos deducir que necesitamos vestirnos con la armadura del conocimiento, así como desarrollar la voluntad constantemente.
Es muy posible que la luz no la veamos hasta después de varios años, de hecho, podemos decir que la práctica alquímica se resume en el mejor de los casos, a una sola vida.
Los verdaderos titanes de éste arte, son pacientes y constantes, puesto que lo más común y frecuente es que en cada vida que se nos asigna, sigamos intentando y tratando de superar nuestras propias limitaciones psicológicas.
Es aquí, en este punto, donde podemos comprender con más claridad, que el firme propósito de hacer aquello que agrade a Dios, es para los pocos que se han revestido con una férrea e inquebrantable voluntad. Como ejemplo tenemos el caso de Naxágoras que buscó por 30 años.
Os compadecería mucho (escribe Limojon de Saint Didir) si como yo, después de haber conocido la verdadera materia pasarais 15 años enteros de trabajo, en el estudio y en la meditación, sin poder extraer de la piedra el precioso jugo que encierra en su seno, por falta de conocer el fuego secreto de los sabios, que hace destilar de esta planta seca y árida en apariencia un agua que no moja las manos.
Tal vez sean estos consejos superfluos, porque reclaman para su puesta en práctica, la aplicación de una voluntad obstinada de que son incapaces los mediocres. Sabemos lo que cuesta trocar los diplomas, los sellos y los pergaminos por el humilde manto del filósofo. Nos ha sido preciso apurar, a los 24 años (afirma Fulcanelli en sus “Moradas Filosofales”) ese cáliz de brebaje amargo. Con el corazón lastimado, avergonzados de los errores de nuestros años jóvenes, tuvimos que quemar libros y cuadernos, confesar nuestra ignorancia y, como un modesto neófito, descifrar otra ciencia en los bancos de otra escuela. Y así, para quienes han tenido el coraje de olvidarlo todo, nos tomamos la molestia de estudiar el símbolo y despojarlo del velo esotérico.
El V.M. Samel Aun Weor, nos dice: La mente es: el animal más peligroso del alquimista. Si Simón el Mago hubiera dominado la mente con el látigo de la voluntad, no hubiera caído en el abismo. El alquimista que se deja llevar de los raciocinios de la soberbia de la mente, fracasa en la Gran Obra y cae en el abismo, para no fracasar en la Gran Obra la mente debe volverse un niño humilde y sencillo. Es imposible subir al Padre sin elaborar el niño de oro de la alquimia sexual. El niño de oro es el Cristo Intimo.
Así que es preciso guardar un equilibrio psicológico, con el fin de superar las tentaciones más sutiles, llegar a discernir todo aquello que es correcto en situaciones aparentemente incorrectas, y reconocer lo incorrecto en lo aparentemente correcto.
Nicolás Valois en el siglo XV dijo: La paciencia es la escalera de los filósofos y la humildad es la puerta de su jardín.
También “El Cosmopolita”, quien realizó en público algunas transmutaciones (escocés de nacimiento), nos dejó como una de sus obras más interesante “La nueva luz química”, en la cual se invita al trabajo continuado, pero en paciencia.
Vemos que los alquimistas no solo estaban en un país o en un solo continente, sino que más bien permanecían repartidos por todo el mundo, y todos vienen a coincidir con la misma enseñanza y finalidad en el trabajo.
Jacques Tesson escribió estas palabras llenas de verdad: Los que quieren hacer nuestra Obra mediante digestiones, destilaciones vulgares y sublimaciones semejantes, y otros por trituraciones, todos ellos están fuera del buen camino, sumidos en gran error y dificultad, y privados para siempre de conseguir su objetivo, porque todos esos nombres y palabras y maneras de operar son nombres, palabras y maneras metafóricas.
La oración es menester que sea sincera, como cuando un niño se dirige a su madre, de manera espontánea...
Todo lo que sea mecánico y desprovisto de corazón, no llegará a la misericordia de Dios.
Los pensamientos deben mantenerse en lo más puro, en aquello que no conoce el deseo ni la maldad y la voluntad firme.
Todo tiene un tiempo, por lo tanto, preparar el laboratorio y trabajar en él, con el fin de ver los progresos anhelados, llevan su tiempo, por lo que una vez más hay que revestirse de paciencia y serenidad.
Si tantos años o siglos pudimos pasar sin tener ésta clave (la del Arcano), que no sea la impaciencia nuestra consejera, por lo tanto no nos dejemos llevar por lo fácil y sometámonos a la espera precisa, ya que ése es el camino que debemos recorrer.
Llegará un día en que si operas en paciencia,
recibirás de tu propia naturaleza los frutos propios del árbol del paraíso.
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