La alquimia en la Edad Media
Parte II
Pero el primer alquimista auténtico en la Europa medieval
fue Roger Bacon. Su obra supuso tanto para la alquimia como la de Robert Boyle
para la química y la de Galileo Galilei para la astronomía y la física. Bacon
(1214–1294) era un franciscano de Oxford que estudió la óptica y los lenguajes
además de la alquimia.
Los ideales franciscanos de conquistar el mundo en lugar de
rechazarlo le llevaron a su convicción de que la experimentación era más
importante que el razonamiento: «De las tres formas en las que los hombres
piensan que adquieren conocimiento de las cosas: autoridad, razonamiento y
experiencia, sólo la última es efectiva y capaz de llenar de paz al intelecto».
A Roger Bacon también se le ha atribuido el inicio de la búsqueda de la piedra
filosofal y del elixir de la vida: «Esa medicina que eliminará todas las impurezas
y corrupciones de los metales menores también, en opinión de los sabios,
quitará tanto de la corruptibilidad del cuerpo que la vida humana podrá ser prolongada
durante muchos siglos». La idea de la inmortalidad fue reemplazada por la
noción de la longevidad: después de todo, el tiempo que el hombre pasa en la
Tierra era simplemente para esperar y preparar-se para la inmortalidad en el
mundo de Dios. La inmortalidad en la Tierra no encajaba con la teología
cristiana.
Nicolas Flamel (1330–1413) fue un escriba francés, que lo
reputan como alquimista de suficiente habilidad para ejecutar las dos obras más
complejas del arte alquímico: la transmutación de los metales en oro gracias a
la elaboración de la piedra filosofal, y la inmortalidad.
Flamel era un hombre letrado para su época; había aprendido
el oficio de copista de su padre. Comprendía correcta-mente el hebreo y el
latín. De acuerdo a la leyenda, Flamel se hizo alrededor de 1355 con un
grimorio alquímico (un libro de conocimiento mágico escrito entre la Alta Edad
Media) que excedía con creces sus conocimientos, y empleó 21 años en intentar descifrarlo.
Para ello viajó a España, donde consultó tanto a las autoridades sobre cábala
como a los especialistas en el mundo antiguo hasta encontrar un anciano rabí, el
Maestro Canches, quien identificó la obra como el Aesch Mezareph de Rabí Abraham,
y enseñó a Flamel el lenguaje y simbolismo de su interpretación.
Habiendo dominado los secretos del texto, Flamel regresó a
París, donde en 1383 logró por primera vez transmutar el mercurio, el cobre y
luego el plomo en oro. Gracias a la riqueza que acumuló de este modo, se
convirtió en un filántropo, haciendo grandes donaciones a hospitales e
iglesias. En 1407 se hizo construir una casa, aún en pie.
Se asegura que durante esos años elaboró también una
tintura, gracias a la cual él y su mujer, Perenelle, obtuvieron la
inmortalidad. Aunque a todas luces fallecieron y fueron enterrados entre 1410 y
1415 en el cementerio de St. Jacques de la Boucherie, el intento de exhumarlo
se encontró con una tumba vacía; aunque bien pudo deberse al saqueo de la misma
en busca de objetos de valor o de textos, esto no hizo más que reforzar los
rumores de su inmortalidad.
La alquimia en el
Renacimiento
y en la Edad Moderna
Paracelso (1493–1541); su verdadero nombre era Aureolus
Philipus Teofrastus Bombastus von Hohemheim y fue el alquimista de mayor
renombre y prestigio. Critica a los médicos y realiza enormes adelantos para la
medicina. En su categoría de hombre “puente” recopila todo el saber alquímico y
ocultista de los siglos anteriores, llegándose a convertir en la mayor autoridad
en estas ciencias. Ha sido frecuentemente estudiado, tanto por médicos, como
por psicólogos, como por los adeptos de las ciencias ocultas y, muy
especialmente, la alquimia.
Uno de sus libros más famosos fue el “THESAU-RUS THESAURORUM
ALCHIMISTORUM” (El teso-ro de los tesoros de los alquimistas), donde explica su
hipótesis sobre cómo conseguir que el mercurio, el azufre y el agua (los materiales
elementales de la piedra filosofal) fueran preparados para una transmutación y
así lograr su objetivo.
Robert Boyle (1627–1691), más conocido por sus estudios
sobre los gases, fue uno de los pioneros del método científico en las
investigaciones químicas. Boyle no asumía nada en sus experimentos y recopilaba
todos los datos relevantes: en un experimento típico anotaba el lugar en el que
se efectuaba, las características del viento, las posiciones del Sol y la Luna
y la lectura barométrica, por si luego resultasen ser relevantes. Este enfoque
terminó llevando a la fundación de la química moderna en los siglos XVIII y
XIX, basada en los revolucionarios descubrimientos de Lavoisier y John Dalton,
que finalmente proporciona-ron un marco de trabajo lógico, cuantitativo y
fiable para entender las transmutaciones de la materia, revelando la futilidad
de las tradicionales metas alquímicas tales como la piedra filosofal.
Isaac Newton (1647–1727) dedicó considerablemente más tiempo
y escritos al estudio de la alquimia que a la óptica o la física, por las que
es famoso.
Considerado como fundador de la ciencia moderna, Newton, el
autor de la Ley de la Gravitación Universal, dedicó muchos años de su vida a la
alquimia: No creía que el oro fuera un elemento y especulaba con la posibilidad
de elaborarlo a partir de otras sustancias.
Conclusión
Para los alquimistas, transformar el plomo en oro puro era
sólo la evidencia exterior del hecho de que la transmutación también era
posible interiormente. Los alquimistas fueron perseguidos durante muchos siglos
debido a que fueron capaces de demostrar que todos pueden alcanzar la salud, la
iluminación y por-que incluso lograron ayudar a otros con sus remedios y
esencias de conciencia. Por esta razón transmitieron su conocimiento de boca a
oído durante más de 3000 años y lo codificaron en sus escritos mediante expresiones
místicas e imágenes simbólicas.
La alquimia es un arte olvidado; en nuestros tiempos ya
nadie conoce su significado, todos obvian la importancia que tuvo en el pasado
ya que sin los conocimientos logrados tras siglos de estudios, la química no estaría tan evolucionada. Por eso podemos decir
que la alquimia es la madre de la
química.
Los estudios
alquímicos tuvieron su comienzo en la
mente de las personas, impulsadas por la codicia y los mayores deseos de la
humanidad; podemos mencionar tres de ellos.
El primero era la inmortalidad, que siempre fue uno de los
paradigmas más grandes de la humanidad; muchas culturas antiguas sentían gran
temor y respeto hacia la muerte, por lo que algunas personas pasaban toda su
vida estudiando la manera de burlarla. Los hombres creían que la vida eterna
les brindaría una gama de oportunidades, principalmente poder. Para muchos
emperadores y reyes antiguos lo único que se interponía entre su eterna soberanía
era la mortalidad, por lo que le dieron mucha importancia al estudio de la alquimia
entre otros mitos y leyendas.
El segundo era la conversión de los metales vulgares en oro,
con el que obtendrían la riqueza necesaria para cumplir con sus sueños. Siempre
fue de naturaleza humana la codicia por el dinero y esta fantasía alimentaba sus
ansias de conocimientos para llegar al objetivo deseado.
El tercero era la búsqueda de la “panacea universal”, un
elixir que podría curar todas las enfermedades. A lo largo del tiempo las
personas siempre soñaron con acabar con las enfermedades mortales y plagas; la
medicina abarcó todo este estudio pero muy pocas veces logró dar con un
resultado. Algunos alquimistas pensaron que la creación de este “elixir” sería
la solución y buscaron fervientemente este remedio, especialmente en la Edad
Media, donde la Iglesia persiguió a todos los que estudiaban ciencias que no
estaban basadas en la teología, y la medicina sufrió un retraso importante.
En todo caso, los alquimistas nunca llegaron a desarrollar
métodos propiamente científicos, ya que esta pseudociencia nunca se desvinculó
de lo mágico, lo sobrenatural y lo metafísico. Sus teorías sucumbieron ante el
nacimiento de la ciencia moderna, basa-da en el método experimental.
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