La Pascua, calendarios solilunares y celebraciones procedentes de antiguos ritos astrolátricos.
El mito olímpico nos cuenta que el Sol, Apolo, patrón de los héroes, las artes y de la profecía, y su hermana gemela, la Luna, Artemis, patrona del lado salvaje de la naturaleza, de los nacimientos, los partos, la vida y la muerte, nacieron en la isla de Delos, entre un olivo y una palmera. Estos dos árboles mediterráneos simbolizaban antiguamente el nacimiento y eterno retorno de los ciclos de los meses (que comenzaban cada novilunio) y los años (que comenzaban en el plenilunio primaveral, con el inicio del año agrícola).
No debe extrañarnos que, en la Pascua,
el dios que va a resucitar, sea recibido con palmas y ramas de olivo.
En el ciclo del año cristiano, cuando
lo que se celebra es un drama de transformación, el momento en el que se
celebran los rituales se ajusta al curso de la luna; por ejemplo, la
resurrección de Cristo ha de hacerse coincidir con el domingo que sigue a la
primera luna llena tras la entrada del sol en Aries; lo mismo sucede con las
fiestas de la Expiación y la Ascensión.
Pero cuando el acontecimiento pertenece al modelo heroico solar de la conquista de la oscuridad por parte del principio de la luz, así como todas las demás fiestas de encarnación, la celebración ha de ajustarse al calendario solar, como por ejemplo, el nacimiento del niño dios en el solsticio de invierno.
La palmera datilera, árbol dedicado al sol cuyos frutos eran una de las básicas fuentes de alimento en los lugares donde comenzó la historia de la humanidad, fue protagonista primordial en la historia de la civilización, pues es parte y testigo de la transición de las ancestrales culturas de pastores y recolectores a la de los asentamientos organizados y urbanos.
La palma blanca de la semana santa española procede de otra más antigua tradición: todo lo que es blanco está dedicado a una primordial diosa blanca, la madre, la dueña de la vida y de la muerte; por eso las palmas blancas son de Proserpina, diosa de la primavera que volvía a la Tierra todos los años por primavera tras pasar medio año con su esposo Plutón, dios de los muertos, cuyo significado fúnebre está también acompañado de la esperanza de la resurrección eterna cada primavera-.
No es casual que la inmortal Ave Fénix, que resurge de sus propias cenizas, esté oculta detrás del nombre científico de la palmera (phoenix) ya que esta ave mitológica construía su nido de canela, nardos y mirra sobre la palmera más alta.
El olivo es un árbol consagrado a la luna, símbolo de la paz y fuente principal de alimento para los pueblos mediterráneos, donde comenzó la historia de la cultura. Una antigua leyenda afirma que las hojas del olivo se dan la vuelta las noches de luna llena y que por eso su envés es plateado.
El olivo sagrado de los atenienses crecía en el templo de Atenea y nació a causa de la disputa esta diosa con Poseidón por el patrocinio de la ciudad; mientras Poseidón regaló a los atenienses un caballo que, de un coz, hizo surgir una fuente, Atenea hizo brotar un olivo del que se obtendría el aceite, alimento de los hombres, fuente de luz, símbolo de la abundancia, remedio para las heridas y óleo de unción.
Aquél olivo fue quemado por los
soldados de Jerjes el persa y después, milagrosamente, retoñó y aún viven sus
vástagos en la Acrópolis.
Los antiguos griegos no sólo consideraban sagrado el olivo, sino el aceite de sus frutos, con el cual se frotaban los héroes para conseguir la inmortalidad, al igual que los cristianos lo utilizan como óleo sagrado para los sacramentos del bautismo y de la extremaución.
Las ramas de olivo bendecido en
domingo de Ramos se suelen colgar de los balcones para proteger la casa y, si a
lo largo del año alguien del hogar se ve afectado por una maldición, se hace
una cruz con dos trocitos de la madera de dicha rama, se ata con hilo blanco y
se le entrega al afectado para que la lleve encima; aunque también se puede
poner debajo del colchón.
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