jueves, 22 de julio de 2021

El arte mágico de la alquimia Parte I


Según define el diccionario de la Real Academia, alquimia es el “Conjunto de especulaciones y experiencias, general-mente de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la ciencia química. Tuvo como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal y de la panacea universal”. En su acepción originaria, la alquimia era el arte de transformar los metales vulgares en metales preciosos.

En el siglo XVI comenzó a desarrollarse la elaboración de drogas medicinales. Desde el punto de vista de la historia de la ciencia, la alquimia no es más que una etapa primitiva de la química, pues cual-quiera que haya sido el objetivo que se proponían, es indudable que los alquimistas impulsaron el estudio experimental de numerosas pro-piedades químicas.

Hay razones para suponer que la alquimia nació en Egipto, a principio de la era cristiana, como creación de los griegos de Alejandría. En la Edad Media hallamos a los árabes en pleno conocimiento y práctica de los principios de este arte y fueron ellos quienes la dieron a conocer en Europa.

Esos principios se basaban en una cierta concepción acerca de la estructura del mundo, la de que todas las sustancias existentes pueden reducirse a una sola sustancia fundamental: “La prima materia”. El problema que se planteaban entonces los alquimistas era encontrar esta “prima materia” y, a partir de ella, obtener cualquier otro compuesto.

Se suponía que lo primero era posible si se lograba eliminar de un cuerpo o sustancia todas las propiedades adquiridas. Para el segundo se admitía la existencia de una sustancia capaz de fijar en la prima materia las cualidades deseadas. Los alquimistas creyeron hallar esta prima materia en el mercurio, si bien no en el mercurio corriente, sino en un tipo especial llamado el “mercurio de los filósofos”; la sustancia capaz de fijar cualidades en éste era llamada la “piedra filosofal” y se afirmaba que debía estar compuesta por sulfuro.

A principios del siglo XVI, la alquimia comenzó a fijarse un nuevo objetivo bajo la influencia de Paracelso. Este objetivo debería ser, según él, la curación de las enfermedades que aquejan a los hombres. Aunque la alquimia estuvo en todo tiempo impregna-da de concepciones místicas, ocultistas, astrológicas y una buena dosis de charlatanería, también es cierto que hubo numerosos sabios que creyeron en sus principios y llevaron a cabo sus experiencias, guiados fundamentalmente por el espíritu y el interés científico.

Grandes hombres de la ciencia, como Newton y Boyle, creyeron, por ejemplo, en la teoría de la transmutación y, en rigor, aunque partiendo de principios diferentes y sobre una base experimental enorme-mente mayor, la ciencia moderna ha confirmado, en cierto modo, este punto de vista.

 

Un laboratorio alquímico.

Alquimia básica


La alquimia es una de las ciencias cuyo solo nombre evoca ya las más contrarias y diversas reacciones: atracción, desprecio, curiosidad, incertidumbre. Sentimientos opuestos, provocados en parte por la falta de información concisa sobre su origen y desarrollo.

La misma palabra, alquimia, parece tener una procedencia dudosa. Muchos afirman que la expresión actual, legada directamente por los árabes, puede ser dividida en dos partes: el artículo “al” y el término “chemia” que significa “tierra o suelo negro”. Según esta hipótesis, los musulmanes se referían a las oscuras tierras de Egipto donde habrían aprendido los primeros secretos de la misteriosa ciencia. Otro origen posible sería la palabra griega “chyma”, que significa acción de fundir metales.

De todas maneras, la alquimia es extremadamente antigua, ya sea que sus primeras referencias históricas sean de la China o de Egipto. Existen textos chinos a favor o en contra de la alquimia que datan del 144 a.C. y existen razones para hacer remontar la alquimia china, al menos, al siglo IV a.C.

Los intercambios entre el Extremo Oriente y el Oriente Medio eran numerosos y la alquimia del Medio Oriente bien pudo venir de China. Por otra parte, la alquimia china era principalmente esotérica y pretendía producir una medicina que asegurara una larga vida o la inmortalidad, mientras que en el Oriente Medio, antes del Islam, la alquimia tenía un carácter esencialmente exotérico, y el alquimista se consagraba, por lo menos en apariencia, a manipular aleaciones de metales.

Al suponer que la China haya trasmitido la idea de la alquimia, es preciso observar que sólo podía tratarse de alquimia medicinal y no metalúrgica. Sin embargo, si se adopta el punto de vista según el cual la alquimia es la traducción en términos «materiales» de informaciones sobre eventos sin relación causal, informaciones obtenidas al acceder a un nivel superior de conciencia, la dificultad histórica no se plan-tea. Tanto en China como en el Medio Oriente se habría penetrado en los mismos dominios y traducido las mismas intuiciones en términos «materiales» correspondiendo a las psicologías respectivas: medicinales en uno, metalúrgicas en el otro y, en algún caso, una combinación de ambas.

Desde la fundación del Islam la alquimia pasó a ser una ciencia musulmana, aunque no fuera más que en el plano lingüístico. El árabe era la lengua culta en los imperios islámicos, y, por lo tanto, la len-gua de las artes y de las ciencias. Pero los textos utilizados podían ser persas o griegos. El Islam se apropió en su totalidad de los conocimientos griegos sobre la alquimia. Numerosas y muy antiguas obras de alquimia fueron traducidas al árabe. Desde el siglo VIII, la civilización árabe había producido una pléyade de eruditos capaces de estudiar los textos griegos y así la transmisión del saber del pasado alcanzó un gran auge. En cuanto a los alquimistas de origen árabe, ellos aportaron a este arte hermético una contribución extremadamente original.

A medida que el influjo árabe se iba adentrando en Europa, nuevos hombres se dedicaron al estudio de la nueva disciplina. Los nombres que la historia señala son bien conocidos y entre ellos destacan los de Nicolás Flamel (1330-1417) e incluso Newton, el primer gran científico moderno que, aunque no se dedicó por completo a la alquimia, la citó con frecuencia en sus obras y se dice que mandó construir un pequeño laboratorio en el Trinity College para estudiar los misterios de la transmutación.

Dejando aparte su faceta misteriosa y oculta, hay que hacer notar que la alquimia contribuyó de forma muy importante al progreso de la química de labora-torio.

Nuevos aparatos como el alambique y nuevas técnicas como la destilación se convirtieron en algo de uso cotidiano, al mismo tiempo que se descubrían sustancias hasta entonces ignoradas, como el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua regia (mezcla de ácido nítrico y clorhídrico), el agua fuerte (ácido nítrico), el amoníaco, etc.

Pero la alquimia era, ante todo, una ciencia hermética alrededor de la cual se fue tejiendo un halo de misterio y secreto, originado en parte por las aspiraciones extrañas y a menudo incomprensibles de algunos de sus seguidores, así como por la forma simbólica y casi indescifrable de sus escritos. No es fácil resumir en pocas palabras la labor de un alquimista, que se centraba especialmente en tres facetas distintas: por una parte la búsqueda de la piedra filosofal, en presencia de la cual todos los metales podían ser convertidos en oro; en segundo lugar el descubrimiento del elixir de larga vida, imaginado como una sustancia capaz de evitar la corrupción de la materia y, por último, la consecución de la “Gran Obra”, cuyo objetivo era elevar al propio alquimista a un estado superior de existencia, en una situación privilegiada frente al Universo.

La lectura de una obra alquímica es extremada-mente ardua para un no-iniciado. El lenguaje alquímico parece abstracto, absurdo, incomprensible, pero en realidad es esotérico y místico, saturado de códigos, de símbolos, de referencias que confunden al profano. Las trampas y desvíos son frecuentes.

“El alquimista considera esencial esta dificultad de acceso, ya que se trata de transformar la mentalidad del lector a fin de hacerlo capaz de percibir el sentido de los actos descritos”, explica el escritor francés Michel Butor. “El lenguaje alquímico es un instrumento de extrema agilidad que permite describir operaciones con precisión y, al mismo tiempo, situándolas con respecto a una concepción general de la realidad.”

Los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra formaban la materia y de acuerdo a su porcentaje le daban su individualidad. Los planetas regulaban las actividades del espíritu que descendía a la Tierra, los metales eran los primeros elementos de la materia madurados por el espíritu en la matriz de la Tierra.

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