Son objetos de poder, que sirven para
incrementar la fuerza y la confianza de sus portadores. Y es que los seres
humanos somos desde siempre creadores de este tipo de artilugios.
Por ejemplo:
El lapicero con el que firmé mi
contrato, mi primer cheque, la fotografía dedicada a mi novia y en fin una
serie de hechos positivos se convierte en mi lapicero de la suerte.
Al igual que mi primer dólar, la
moneda que recogí en la calle, la camisa que usé cuando me dieron el sí, mi
perfume especial, el lado grande del hueso de pollo, el aro de la torta, los
novios del pastel de bodas, el bouquet (para ser la siguiente en casarse), mi
detente, etc.
Son objetos que me dan seguridad y
quiero traerlos encima para garantizar que todo vaya bien o tenerlos a buen
recaudo.
Los talismanes sirven para atraer la
buena suerte y hacer aflorar nuestros talentos.
Los seguros sirven para contrarrestar
los maleficios, los daños, para cerrarle el paso a las malas vibras, para
evitar intromisiones en las relaciones amorosas.
Existen y existirán desde siempre. Los
más poderosos son aquellos que han superado el paso del tiempo y que se
manufacturan o confeccionan en rituales milenarios.
Así pues cuantas veces vemos que ponen
ruda en un local, un herraje detrás de la puerta, los cuchillos cruzados
amarrados (sobre todo en restaurantes) las llaves atadas, los niños con cintas
rojas, jarrones con limones y ajíes, huayruros, elefantes mirando hacia afuera,
un trébol de cuatro hojas, la pata de conejo, el ekeko, el gato Neko, el buda,
etc.
Los talismanes y seguros se programan,
se curan y ritualizan. De lo contrario solo son adornos.
Somos un mundo místico, crisol de razas, donde el que no tiene de Inga tiene de Mandinga, poseedores de una mezcla de culturas ancestrales, portadores de secretos y costumbres esotéricas.
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