VI El Alimento
Parte II
El
Génesis nos ilustra de manera muy elocuente el destino de nuestra humanidad,
después de la caída o pérdida seminal.
En su C.3, V.7 el Génesis narra: cuando Adán y Eva ( Entendemos por Adán y Eva a la humanidad paradisíaca libre de todo Ego o defecto Psicológico.) comieron del fruto prohibido, fueron abiertos los ojos de entrambos y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales.
Observemos
la referencia que se hace en el Evangelio de Mateo, anteriormente comentado y
la coincidencia con el Génesis en cuanto a la higuera...
Tampoco
es fortuito que Gauthama el Budha, pasó sentado cuatro días con sus noches en
profunda meditación a la sombra de la higuera, en donde alcanzó la iluminación
final.
En el antiguo Egipto de los Faraones, la higuera
fue siempre venerada como símbolo viviente de la energía creadora del Tercer
Logos.
Según los libros de Zoroastro, el primer hombre y la primera mujer, fueron creados puros y sometidos a Ormuz, su hacedor. Ahrimán ( Personaje tentador dentro del Zoroastrismo.) los vio y se sintió celoso de su felicidad. Los abordó en forma de culebra, les presentó unos frutos y los convenció de que era él mismo el creador del universo entero. Le creyeron, y desde entonces, su naturaleza se corrompió totalmente.
Los monumentos y las tradiciones de los Hindúes
confirman la historia de Adán, de Eva, y de su caída. Esta tradición existe
también entre los Budhistas Tibetanos y era enseñada por los Chinos y los
antiguos Persas.
En el
Génesis se nos habla ampliamente sobre el alimento prohibido y sobre el
alimento que les permitía vivir en el Paraíso sin enfermar.
El Maestro Samael, nos dice que Adán y Eva son un
símbolo de los hombres y mujeres de la Lemuria, de esto hace más de 18 millones
de años. Por lo mismo los seres de aquella época (antes de la caída) eran como
Ángeles, vivían en el Edén, conocido también como la Arcadia.
Estos gozaban de plena felicidad, pero llegó un día en que los ángeles de aquel lugar se revelaron contra Dios y empezaron a fornicar (derramar el semen), siendo expulsados del Edén y quedando a partir de ese momento como simples mortales.
Nuestra naturaleza primitiva era
una, y que éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y
prosecución de este antiguo estado. Primitivamente, como he dicho, nosotros
éramos uno; pero después en castigo de nuestra iniquidad, nos separó el dios
como los arcadios lo fueron por los lacedemonios.
Es un hecho, que fuimos expulsados de la Arcadia,
Paraíso, Edén o como queramos llamarlo, por haber comido de la fruta prohibida,
es decir por haber contradicho a Dios permitiendo que de nuestro organismo
fuera expulsada la energía del Tercer Logos o Espíritu Santo, aquella que es
capaz de dar la vida.
Es claro por consiguiente que la única manera de
regresar al mencionado lugar edénico, será viviendo junto a la fruta prohibida,
es decir, si aceptamos que la manzana o fruta prohibida simboliza al sexo,
tendremos que vivir junto al sexo, relacionándonos con él, pero sin fornicar,
sin derramar el semen.
Por lo tanto es lícito disfrutar del aroma de la
manzana, o disfrutar del sexo mas sin embargo no será permitido el ingerir la
manzana. ¿Acaso en las tablas de la Ley, en su sexto mandamiento, se nos ordena
fornicar?
Hoy más que nunca estamos necesitados de un
alimento espiritual, separado de toda degeneración... Juan en su C. IV, V. 32
dice: Yo tengo
una comida que comer, que vosotros no sabéis.
Justamente el que no sabe es ignorante. En este
caso la ignorancia no es una enfermedad incurable, sino el punto de partida, ya
que si conociéramos estos alimentos, hace tiempo que hubiéramos entrado a
participar de la comida que viene de lo alto, y nuestra ignorancia hubiera
desaparecido, pudiendo gozar de la eterna juventud, que es el producto de la
alimentación en la fuente de agua viva.
Necesitamos discernir entre las distintas aguas. “Y dijo Dios: haya expansión en medio
de las aguas y separe las aguas de las aguas.”
La satisfacción que produce el trabajo bien hecho, solo puede ser comparado a la dicha inefable que proporciona aquello que se escapa a los sentidos físicos. Esto es, lo que es inmaculado, lo que es virgen, lo que no se ha degenerado, aquello que conserva los valores más exaltados de lo perfecto, lo que está más allá del justo proceder, lo que se encuentra en la parte más sagrada, en síntesis, lo que es Divino.
Hermes
Trimegistro, en la tabla de Esmeralda dice:
Asciende
de la tierra al cielo y de nuevo desciende a la tierra y recibe la fuerza de
las cosas superiores e inferiores. Tendrás por éste medio toda la gloria del
mundo y toda oscuridad se alejará de ti. Separa lo sutil de lo espeso,
suavemente y con gran industria.
Allá
donde busquemos, con el fin de tener más clara la fórmula o medio de operar en
el laboratorio alquímico, veremos que la separación de las aguas (caóticas y
turbulentas) es necesaria.
Mal navegaríamos en un mar embravecido, pues la
barca de Ra no puede ser guiada con precisión sin las condiciones adecuadas.
Debemos seleccionar por donde queremos navegar, y si nuestra decisión corresponde a unas aguas limpias y transparentes, no dudemos que seremos guiados, cierto faro nos avisará de peligros y nos conducirá a buen puerto, allí podremos alimentarnos con la quinta esencia.(Entendemos por quinta esencia el resultado de nuestras transmutaciones)
Si bien
es cierto que estamos formados por agua, aire, tierra y fuego, es el quinto
elemento sintético y diáfano, justamente con el que debemos nutrirnos.
El ritual
tántrico hindú, llamado Ritual Pancatattwa, revela la sabia combinación de las
cinco M, los cinco elementos: Madya (vino, elemento aire); Mansa (carne,
elemento fuego); Matsya (pescado, elemento agua); Mudra (cereales, elemento
tierra) y Maithuna (magia sexual, elemento éter) para el despertar del
Kundalini. Cada uno de estos elementos es portador de principios necesarios en
el ritual mismo, además de imagen simbólica respectiva de: pensamiento (aire);
paroxismo (fuego); secreciones sexuales (agua); cuerpo físico (tierra) y
transmutación (éter). Nos dice el Maestro Samael Aun Weor: Nuestra agua fortifica, emblanquece, limpia y da vida.
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