Las dos mujeres le pidieron que les diera por escrito sus pretensiones y prometiera al Anima.Sola cuatro misas para lograr que le concedieran los despachos que pretendía. Cristóbal hizo lo que le pedían, y ellas se guardaron el papel en el pecho. Luego sacaron un poco de cera blanca «para hacer la suerte». Hicieron con ella una figurita humana y le pidieron unas monedas de oro y plata.
Cristóbal les dio tres reales de a dos, tres doblones y tres escudos de oro.
Las gitanas se las pusieron en la mano, luego clavaron la figurita sobre otra bolita de cera, asegurándole que si se volvía boca abajo sería mala señal, pero que si «andaba alrededor» todo saldría bien. Después dijeron que necesitaban un poco de agua bendita que le habían advertido tuviera preparada y Magdalena la echó sobre la figurita y las monedas diciendo la oración de Santa Marta. Según declaró el testigo, «vio éste en su propia mano que de suyo, sin que nadie la tocase, dio unas vueltas alrededor, que le parece fueron dos o tres».
El soldado debió quedar tan espantado que preguntó a las gitanas
si aquello lo hacían con pacto del demonio, pues de ser así él no
querría seguir adelante.
Cuando las gitanas se marcharon, Sebastián Rodríguez, el otro soldado que siempre había estado presente en todos estos quehaceres, parece que amonestó a su camarada diciéndole que todo aquello no estaba bien, y que podía incurrir en pena de excomunión, de forma que entre los dos decidieron terminar con aquel asunto.
En consecuencia, con esto, al día siguiente trataron de recuperar el dinero y los objetos que les habían dado a las supuestas hechiceras reteniendo a una de ellas y mandando a la otra a que fuera a buscar las pertenencias de Cristóbal.
Sin embargo, las dos mujeres protestaron diciendo
que no se lo podían devolver porque lo habían enterrado
en el campo y que lo único que pretendían los dos hombres era no pagarles su trabajo cuando ellas habían estado ya saliendo durante tres noches para arreglar su negocio.
El soldado las repitió que no quería seguir adelante porque todo aquello era malo.
Las gitanas le amenazaron con que si el hechizo, que debía durar nueve noches.
así pudo todo ser embeleco para sacar dinero».
Los testimonios de los calificadores de esta causa de 1623 nos
han permitido aproximarnos con rapidez y concisión a lo que fue
la actitud generalizada de los inquisidores frente al delito de las
hechiceras. Según se aprecia con toda claridad en la última calificación,
mientras en toda Europa se desataba la caza de brujas, los
funcionarios del Santo Oficio se preguntaban ya por la relación
causa-efecto y miraban con enorme escepticismo la intervención del
diablo en los manejos de las hechiceras, especialmente cuando la
mujer que se ocupaba de estas cuestiones era una gitana, según veremos
más adelante.
En cuanto al repertorio de las demás mujeres de esta etnia que
se ocuparon de estas artes, poco queda que decir una vez vistos los
casos de María Hernández, y María y Magdalena, si es que estos eran
sus nombres verdaderos.
En realidad, si nos atenemos a los procesos
de una tal Agueda, Isabel de Alicante, Catalina de Osses y Orobio y
demás mujeres de nuestra minoría que cayeron en las redes del tribunal de Toledo, no encontraremos gran variación en relación con las causas que acabamos de analizar. En algunas ocasiones, como lo hizo Adriana en 1625, actúan como Celestinas y parecen contar con toda una clientela de cierta calidad.
Su repertorio de conjuros, maleficios, etc., parece poco amplio.
Como de costumbre, la mujer encubre la falta de conocimientos con su capacidad de sugestionar a los clientes y el poder de su personalidad.
Aunque la tal Adriana fue recomendada a una mujer joven…
Las palabras «mágicas’> que Catalina dijo en esta
ocasión fueron las siguientes:
«Así como es verdad que Nuestro Señor Jesucristo nació en Belén
y si es verdad que la mujer de Usted.
venga a su disposición y mandato».
Al cabo de unos cuantos días volvió para examinar el resultado
del hechizo, pero como el huevo no se había «cuajado» le aseguró
a Gregorio que surgían muchos inconvenientes y le pidió ropa de
su mujer para llevar a cabo un conjuro más efectivo.
Vázquez le entregó un guardapiés viejo, un jubón de estameña y una cortina encarnada.
Catalina le prometió que se lo devolvería toda una vez que hubieran concluido el negocio.
Como todo esto tampoco bastaba, Catalina regresó de nuevo al cabo de unos cuantos días para pedirle una piedra imán que también consiguió, pero Gregorio Vázquez ya no volvió a verla después de esto.
Gracias por compartir Carolina.
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