VIII Los colores
Parte I
La más común de las tipificaciones de las etapas de
la Obra las clasifica en función de los colores que la materia prima va
adoptando a lo largo del proceso: Obra al negro, Obra al blanco, y Obra al rojo (Éstos tres colores, se
corresponden con las vestiduras litúrgicas de la jerarquía eclesiástica de la
Iglesia católica y, así mismo, con la enseña del Temple) a las que seguirá la
aparición del oro.
El calor obrando sobre la humedad produce
primeramente la negrura, después la blancura, de esta blancura surge el color
citrino y de éste el rojo.
La Obra
al negro, que empieza con la calcinación y la putrefacción, se corresponde con
la muerte iniciática de los procesos tradicionales.
Los diversos sistemas de operaciones pueden
resumirse en la célebre forma, “Solve et coagula”, disuelve e integra, que se
aplica tanto a la materia física sobre la que se actúa como al propio artista.
Dentro de la Obra hay tres piedras, tres trabajos o
tres grados de perfección:
I.
El primer trabajo; nigredo u Obra al negro, termina
cuando el sujeto está completamente purificado.
II.
El segundo trabajo o grado de perfección, Albedo u
Obra al blanco, se alcanza cuando dicho sujeto se ha cocido, digerido y fijado,
convirtiéndose en azufre incombustible.
III.
La tercera piedra, Rubedo u Obra
al rojo, aparece cuando el sujeto ha fermentado, se ha multiplicado y ha
alcanzado la Perfección Final, siendo una tintura fija y permanente: La Piedra
filosofal.
Los distintos colores: negro, blanco, amarillo y
rojo; son los colores propios de la Gran Obra.
Viniendo del fuego vuestro Rey con su Mujer,
guárdate de quemarlos con un fuego demasiado fuerte: Cuécelos pues suavemente a
fin de que se vuelvan primeramente Negros, después Blancos, luego Citrinos y
Rojos, finalmente Veneno Tingente.
El mercurio tiene que ir cambiando de color, según
el avance de los trabajos alquímicos.
El perro del Doctor Fausto de color negro al ser
acariciado cambió de color; tornose blanco, después amarillo y por último rojo.
El adepto que ya está trabajando, después de un
tiempo de continuada labor en el laboratorio alquímico, inicia un cambio de
tinturas en el que la semilla empieza a germinar, esa semilla, que por tanto
tiempo ha estado guardada en los órganos creadores, esperando a que fuera el
momento preciso de florecer.
Los alquimistas, que trabajaron arduamente con su
athanor, coinciden en que el primer color es siempre el negro.
Ya que es la llave y el comienzo de la Obra, así
como de los demás colores.
Nicolás
Flamel así nos lo hace saber:
Pues
nuestra piedra negra cubierta de andrajos, está cubierta por tantas impurezas
que es en extremo difícil desembarazarla de ellas por completo.
Por ello
importa someterla a muchas lixiviaciones a fin de limpiarla poco a poco de sus
impurezas y de las escorias heterogéneas y tenaces que lo envuelven, y de verla
tomar a cada una de esas operaciones, más esplendor, limpieza y brillo.
El negro es la llave que nos permite esperanzar,
con el cual podemos iniciar la putrefacción de la semilla. Lo que el artista
adquiere en primer lugar es el perro negro y rabioso de que hablan los textos,
así como el cuervo, primer testimonio del Magisterio. El mercurio filosófico
empieza con el negro, signo de su mortificación...
En los antiguos tiempos el perro fue siempre consagrado al Dios Mercurio...
Resulta
patente el alto honor que los viejos Hierofantes del antiguo Egipto concedían
al perro...
El austero guardián del templo de Esculapio, en la
Roma augusta de los Césares, era siempre un perro.
También, según la versión del Cosmopolita, el pez
sin huesos llamado “Rémora” que nada en nuestro mar filosófico es signo de
esperanza en el correcto trabajo hermético.
Así mismo Nicolás Flamel, distingue en nuestras
aguas cuatro colores bien definidos:
El Negro como el carbón; el Blanco como la flor de
Lis; el Amarillo parecido al color de las patas del esmerejón y el Rojo
parecido al color del rubí.
Y añade
este insigne alquimista:
Quien no
ve esa negrura al principio de sus operaciones, durante los días de la piedra,
aunque vea otro color, falta por completo al Magisterio, y no puede
perfeccionar ese caos. Pues no trabaja bien, al no descomponer.
Pero el
primer estado es el estado oculto que, en virtud de la obra y de la gracia de
Dios, puede pasar al segundo, manifestado.
Por eso, la primera materia coincide ocasionalmente
con el concepto del estado inicial del proceso, es decir, con el nigredo (el
ennegrecimiento). Trátese pues, de la tierra negra, en la cual se siembra el
oro o el lapis, como grano de trigo.
Es la
tierra negra, mágicamente fecunda, que Adán llevó consigo del Paraíso,
denominada también Antimón y caracterizada como negra, más negra que lo negro,
nos asegura a su vez M. Majer.
Paracelso
afirma lo siguiente: El negro
es la raíz y el origen de los otros colores.
Trabajad con esta tintura en una retorta y verás
salir de ella su negrura.
Trevisano
añade: El
magisterio tiene los ojos negros.
Huginus
comenta: En el
negro es donde se perciben todos los colores.
Y Samael Aun Weor declara: Cuando uno comienza a desintegrar
los elementos inhumanos que se han posesionado del cuerpo astral,
ellos toman un color negro.
Tal color negro es el fundamento, el basamento, de
toda transmutación, por eso se dice que hay que blanquear el cuervo.
Esto
significa que después de haber desintegrado la materia putrefacta, los
elementos inhumanos, el cuerpo astral tiene ya un color blanco.
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