IV El Arte
Parte II
Raimundo Lulio en el siglo XIII escribió lo
siguiente: Y así
como Jesucristo, de la estirpe de David, asumió voluntariamente la
naturaleza humana para liberar y redimir a los hombres, prisioneros en el
pecado a causa de la desobediencia de Adán, así también en nuestro Arte, lo que
ha sido mandado por uno es absuelto, lavado y liberado de esa mácula por otro,
su contrario.
Tanto el hombre como la mujer deben llegar a formar
una pareja que se complemente, así como que se sepa perdonar los errores,
teniendo siempre presente, que se han unido, no para fornicar o disfrutar de un
placer carnal, sino para (entre los dos) ir creando los cuerpos que nos
permitan, a través del arte alquímico, nacer a una nueva vida trascendental,
dentro de esta vida terrenal. El nacimiento segundo es un nacimiento espiritual
y ése fenómeno se consigue trabajando hombre y mujer, sol y luna,
alquímicamente.
Diremos que Al, quiere decir Dios; y quimia trabajo; por lo tanto la alquimia es un trabajo para Dios (No está de más el recordar que Alá es precisamente el nombre de Dios para el Islamismo). Tal es el nombre bajo el que se disimulaba (según algunos autores) entre los árabes el arte sagrado o sacerdotal, que habían heredado de los egipcios y que el Occidente medieval debía más tarde acoger con tanto entusiasmo.
Es cierto que en nuestro caos psicológico, se
encuentran los instintos más bestiales, y en tal naturaleza y en semejantes
condiciones, no es posible vivir una vida espiritual plena de experiencias
reales, es por eso que San Pablo, en Corintios, C. XV; V. Del 34 al 50 dijera
entre otras cosas: Lo primero es lo animal y lo segundo lo espiritual.
Teniendo bien presente las palabras de San Pablo,
nos ponemos a edificar nuestra obra desde nuestra nadidad insignificancia y
negación de nosotros mismos como pordioseros a las puertas del Templo de la Ley
pidiendo misericordia para tener la posibilidad de edificar sobre la piedra o
roca, que ésta sea la base de nuestras obras, que se cimiente de manera firme y
que nada ni nadie pueda destruir aquello que sea levantado a favor de la
realidad más aplastante que mora en nuestro interior.
San Pedro detenta las llaves del Paraíso, aunque
una sola basta para asegurar el acceso a la morada celeste. Pero la llave
primera se desdobla, y estos dos símbolos entrecruzados, uno de plata y el otro
de oro, constituyen, con el trirreme, las armas del soberano pontífice,
heredero del trono de San Pedro. La cruz del Hijo del hombre reflejado en las
llaves del Apóstol, revela a los hombres de buena voluntad los arcanos de la
ciencia universal y los tesoros del arte hermético. Ella sola permite a quien
posee su sentido abrir la puerta del jardín cerrado de las Hespérides y tomar,
sin miedo para su salvación, la Rosa del Adeptado.
Todo trabajo alquímico se debe convertir en el arte
más refinado y sublime imaginado, ya que si no realizamos el trabajo con esmero,
cuidado, precisión y concentración, no es posible hacer de la piedra grosera
una piedra útil.
Siempre el fuego debe permanecer vivo, pero no
tanto que produzca un incendio y arrase cuanto encuentre, ni tan poco activo
que no consuma la escoria.
Mientras nuestra propia naturaleza siga fabricando el mercurio común, no pasaremos de formar parte del engranaje de lo que llamamos vida humana.
Fabricar el mercurio de los sabios es una labor
bien distinta, ya que implica realizar una producción artística, donde nos
separamos de lo vulgar para unirnos por medio de las bodas alquímicas con
nuestra realidad, hoy por hoy olvidadas completamente por el animal
intelectual.
El ser humano en su más hondo sentir clama por la
exaltación de sus principios espirituales; pero se ha perdido..., su memoria le
es infiel, y desconoce como recuperar esos principios vinculados a la Gran Obra
del Padre.
Regresar
al arte de los filósofos es necesario para que empiece a brotar nuestra
naturaleza interna, que nada tiene que ver con lo que hemos creado de manera
mecánica.
Hoy podemos decir que somos el producto de nuestros miedos y de nuestras apetencias desordenadas, somos chacales, devorando la carroña de la vida, y lo que es peor, nos sentimos sembradores de dulces sentimientos... Así mismo nos vemos en el peldaño más elevado de nuestra civilización, amargos sueños son los que nos inundan, mas insistimos en verlos como panacea...
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