VII El Alimento
Parte V
Buscar en uno mismo no es fruto de un vago consejo metafísico de auto análisis, sino por el contrario, la lección de una necesidad imperiosa, que corresponde a una realidad muy concreta.
“Crecer es encogerse hasta el pasado original, reencontrar el Átomo inicial”.
Acepta la energía de tus bajezas, no te niegues a verlas.
El sol de tu alma empieza allí donde intentas invertir la polaridad del plomo.
¡El odio no es más que amor que aún no ha pasado al estado de piedra filosofal!
Para conseguir un bien tan grande, la naturaleza humana difícilmente encontraría un auxiliar más poderoso que Eros. Todo hombre debe honrar a Eros. Platón (el Banquete).
Y Sta. Teresa de Jesús dice: Ha de haber cruz mientras vivimos. No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Así pues, no tenemos más capacidades que el más humilde de los hombres. Nunca hemos sido designados por lo que llamáis Dios, para desarrollar presuntos poderes. Solo somos nosotros mismos, mientras los habitantes de la tierra aún no son ellos mismos. No sabría expresarme con mayor claridad. Nuestra fuerza radica en el hecho de haber comprendido que no debemos esperar nuestro desarrollo de una fuerza externa a nosotros cualquiera que sea el nombre, la fuerza con que se presente.
La verdad primera o última, es el motor de todo avance espiritual, por lo que se hace necesario comprender que nada es externo a nosotros puesto que todo está en nuestro interior, desde lo más ínfimo hasta lo más grande desde la bóveda estrellada que contemplamos por la noche, hasta la célula observada a través del microscopio
Los verdaderos responsables siempre serán sagrados, cualquiera que sea su forma de expresión y el reino en que ven la luz. Por ello son uno de los elementos arquitectónicos de la elevación de las conciencias.
El acoplamiento del espíritu y la materia es un
acto de alquimia suprema. La ascensión de la kundalini a lo largo de la columna
vertebral ilustra esta búsqueda de fusión.
VII La
Medicina de Dios
Parte I
Si comer el fruto prohibido, nos supuso la salida de la Arcadia o Edén, consecuentemente, el hecho de haber comido la manzana de la discordia, nos hizo propensos a todo tipo de enfermedades. Sin embargo, sería muy injusto pensar en que El Creador, Aquel que está por encima del bien y del mal, Aquel quien es capaz de dar vida, Aquel quien es capaz de hacer que todo nazca y renazca, no haya puesto a nuestro alcance el remedio a la enfermedad que hoy padecemos todos los hombres y mujeres de éste planeta tierra.
Si aceptamos que estamos enfermos de ira, codicia, lujuria, envidia, pereza, gula, orgullo, vanidad, celos, etc., así como de otros estados psicológicos que tienen su raíz en el egoísmo, estamos predisponiéndonos de manera positiva para poder curarnos. Pero si no aceptamos que somos víctimas de la legión de yoes que cargamos en nuestras psiquis, nunca podremos sanarnos, por lo tanto, nuestras vidas seguirán siendo las mismas y nada cambiará en nuestro interior.
La medicina de Dios o medicina hermética, en última síntesis, no es otra que El Cristo.
Él viene a salvarnos y por lo tanto a curarnos nuestro afligido corazón. Tal como lo hiciera el niño Jesús, naciendo en un pesebre con sus correspondientes animales (Pesebre que simboliza nuestra mente repleta de yoes animalescos).
Él fue capaz, a medida que iba creciendo, de expulsar a los mercaderes del Templo que lo profanaban. Él dio su vida para llegar a El Padre, curó a cuantos enfermos se le cruzaban en su camino, resucitó a los muertos, expulsó a las entidades diabólicas, llamadas legión y realizó toda clase de prodigios.
El Cristo llega cuando se le ofrece un escenario
idóneo para que pueda proseguir con su trabajo. Pablo de Tarso dice: Deseo disolverme y estar en Cristo.
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