jueves, 22 de abril de 2021

Protecciones día 1

Leyenda ojo de venado



Esta es una leyenda otomí que narra la cólera de Chuin, llamado pájaro azul, contra el guerrero tenochca de los ojos de venado.

Adonei, que significaba Flor, era la bella esposa del cacique Chuin y la única hija del famoso guerrero otomí Anyeh, conocido como Lluvia. Vivian en las regiones que hoy comprenden la Sierra Gorda, Querétaro. En aquel lugar la naturaleza era bondadosa con los pobladores, por ello se sentían contentos de vivir allí.

Una tarde, Adonei estaba recolectando frutos del bosque, cuando se encontró con Sajoo, un anciano hechicero, quien al verla a los ojos presagió muerte y aflicción para el pueblo. 

Pues pronosticó el encuentro con un guerrero poderoso del cual Adonei se enamoraría perdidamente.

La mujer corrió asustada a contarle a su marido. 

Cuando el cacique Chuin supo del mal presagio, ordenó inmediatamente que se arrojara del pueblo a Sajoo.

Pasó el tiempo y los habitantes de la región olvidaron el incidente. 

Pero un día, de las montañas llegó un fuerte guerrero tenochca, representante del gran emperador mexica Moctezuma Ilhuicamina, el Flechador del Cielo, Chuin lo recibió con los honores correspondientes. 

Al iniciar la ceremonia de bienvenida, el cielo comenzó a nublarse inexplicablemente y una fuerte tormenta eléctrica se apoderó de la región.

El guerrero se presentó ante Chuin como Coyoltótl, Gorrión de Panadero; le explico que su destino era el regreso de Tenochtitlán, pero ante tan larga travesía él y sus guerreros necesitaban descanso, por ello pedían hospitalidad. 

Chuin no descanso, por ello pedían hospitalidad. 

Chuin no podía negarse, ya que además de ser su fuerte presencia, Coyoltótotl tenía una mirada tan enigmática y penetrante que podía debilitar hasta al hombre más aguerrido.

En la región de la Sierra Gorda corría un fresco río de corriente tranquila. Un día por la mañana, Adonei decidió tomar un baño para refrescarse con las aguas de aquel manantial. 

En su trayecto salió a su paso el guerrero Coyoltótotl. 

Al fijar sus hermosos ojos en los de Adonei, ésta quedó paralizada y muda ante la presencia del tenochca. 

En un breve instante la mujer se arrojó a los brazos seductores de Coyoltótotl y lo llenó de besos. 

Pasaron las horas, la noche llegó y la bella Adonei no regresó.

Chuin presentía que algo terrible estaba por suceder, por su cabeza rondaba la idea de que las predicciones del viejo Sajoo se hicieran realidad. 

Los celos se apoderaron de su alma y mandó traer a los más valientes hombres para ir a la búsqueda de su mujer. 

Al no encontrarla la creyó muerta. 

Totalmente agotados por el largo camino, los guerreros y Chuin decidieron regresar al poblado. 

El cacique caminaba triste y abatido cuando de pronto creyó escuchar algunas voces, como una especie de dulce murmullo. 

Inmediatamente se dirigió hacia el lugar de donde provenían aquellos susurros. 

Lo que vio casi lo mata de tristeza e ira. 

En los brazos fuertes de Coyoltótotl yacía Adonei, extasiada de amor.

La furia se apoderó de Chuin. 

Sacó de sus ropas un filoso puñal de obsidiana y lo clavó en el corazón del guerrero tenochca, y de inmediato le arrancó ferozmente los ojos maléficos que habían seducido a su mujer.

Adonei había presenciado todo sin reaccionar, cuando vio muerto al guerrero, despertó como de un profundo sueño. 

En un instante de desesperación corrió la cascada y se arrojó al despeñadero donde nacía ésta. 

El presagio se había cumplido.

Entre los curanderos existe un fruto llamado cuauhxtli, cuyas semillas son conocidas como ojo de venado; aseguran que sirve para ahuyentar los malos deseos o librarse del mal de ojo. 

Dicho fruto se encuentra en un árbol de aquellas regiones donde habitó el cacique Chuin.

Cuentan los moradores del pueblo que después de la muerte de su esposa, el cacique enterró los ojos de su rival en aquel extraño árbol que hoy da sus frutos en forma de ojos misteriosos y de color miel.



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